Maquiavelo y la ikurriña

Maquiavelo y la ikurriña

El filósofo y escritor italiano Nicolás de Maquiavelo, al que se suele considerar como el padre de la política moderna, escribió ‘El príncipe’ en 1513. Maquiavelo fue un precursor de lo que se llama hoy en día realpolitik: una acción política está justificada si beneficia a la persona que la emprende. Vista así, la reciente derogación de la ley foral de Símbolos de Navarra de 2003 beneficia claramente a los grupos parlamentarios nacionalistas, Geroa Bai y EH Bildu, y traslada toda la responsabilidad de la iniciativa a Uxue Barcos por su doble condición de presidenta del Gobierno de Navarra y de Geroa Bai.

Aunque los juristas del Consejo de Navarra y de la Abogacía del Estado coinciden en que la Constitución y el Amejoramiento protegen los símbolos de Navarra, la presidenta Barcos insiste en que lo que ha decidido la mayoría parlamentaria es que “algunos pueblos navarros, tan navarros como otros, puedan verse identificados también en los símbolos de Navarra y en otros símbolos”. A estas alturas, en el ecuador de la legislatura, solo los más fervorosos y devotos incondicionales de la presidenta Barcos compran su buenismo sentimental que se apoya, además, en expresiones tan generalistas como la ciudadanía, mucho más suave que la nación y no digamos ya que la raza. Es obvio que la maniobra abre la puerta para que se exhiba la ikurriña en los municipios navarros donde tengan la mayoría alguno de los grupos políticos que dirigen el actual gobierno foral.

De acuerdo con el ya conocido principio de propaganda de la unicidad, el Gobierno foral del cuatripartito se ha ocupado de transmitir el mensaje machacón o mantra del momento: los ayuntamientos navarros pueden y deben tener la libertad para decidir los símbolos que van a exhibir. En otras palabras, se anima a las corporaciones a que actúen como si los municipios fueran sus fincas particulares, sin tener en cuenta que son instituciones públicas reguladas por una normativa pública que especifica con claridad que la bandera de Navarra es el único símbolo que las representa.

¿Por qué esa obsesión nacionalista por abrir la posibilidad de que se exhiban las ikurriñas en Navarra? Los motivos son diversos y tienen que mucho que ver con la propaganda y con la distracción. Un futuro paisaje de ikurriñas en los ayuntamientos navarros actuaría a favor de esa soñada conexión política de Navarra con Euskadi. La responsabilidad icónica de la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca nos marcaría a los navarros ese camino al paraíso perdido de la mítica gran nación vasca identificada hoy en día con Euskalherría. Una patria que los nacionalistas vascos celebran todos los años con entusiasmo y fervor con el nombre de Aberri Eguna, el día de la Patria vasca, en las calles de Pamplona.

La presencia de las ikurriñas lograría algo muy importante en el campo de la comunicación de un mensaje: el impacto visual. Todo el mecanismo de aceptación emocional comienza por los ojos. Por ello, la foto de las banderas de la Comunidad Autónoma Vasca ondeando al viento en los balcones de los ayuntamientos navarros tendría un efecto propagandístico de enorme potencia en el bienintencionado ciudadano, no solo navarro, también del resto de España. Una imagen fácil y viral para construir nuevos mapas mentales y emocionales que nos integren en el País Vasco y ayuden a redibujar la imagen de Navarra a través de las redes sociales y de los medios de comunicación.

Abrir la espita de los sentimientos y de las emociones en el tema de los símbolos lleva a terrenos resbaladizos y de incierto final. Las sociedades fracturadas son sociedades distraídas que no se ocupan de las cosas que hacen sus gobernantes y sus políticos. Los antepasados de Maquiavelo, los romanos, ya detectaron ese punto vulnerable de los ciudadanos y sus emociones: Panem e circenses, pan y circo.

Las urnas son el instrumento que tenemos los ciudadanos para controlar a nuestros gobernantes. Una de las ventajas de vivir en democracia es nuestra capacidad de elegir y cambiar lo que no nos gusta. La política se define por la obligación colectiva del voto que permite al ciudadano decidir qué tipo de vida quiere llevar. Lamentablemente, la desafección de la política es una de las características de la vida moderna. La gran mayoría de los ciudadanos nos centramos en nuestras vidas seguras y confortables, dentro de un orden, y hacemos la vista gorda ante problemas incómodos mientras no nos afectan directamente, pero todo tiene un límite. Por ello, aunque nuestras vidas no giren en torno a los dioses de las patrias o de las revoluciones, tengamos muy presente que aquellos que sí que se identifican con ambos dioses se interesan, y mucho, por la política y su consecuencia inmediata: el poder de controlar y de dirigir a los ciudadanos.

Elena Sola Zufía es licenciada en Filosofía y Letras y miembro de Sociedad Civil Navarra

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