Armando Barullo: despropósitos consistoriales

Armando Barullo: despropósitos consistoriales

A la Corporación de Pamplona le queda poco para cumplir el primer año de mandato, pero está cundiendo a base de bien. Entre otras cosas, parece contar con una sección dedicada a producir ocurrencias pintorescas e incluso risibles. A esto parecen dedicarse los concejales de Aranzadi, con don Armando Cuenca de jefe de operaciones. Mientras ellos inventan problemas donde no los hay, Bildu hace, o más bien deshace, a su antojo. Parece anecdótico que un edil aparezca vestido como en una despedida de soltero. Lo parece, pero no lo es. En los últimos meses Diario de Navarra ha tenido a bien traernos al recuerdo el desempeño municipal de algunas mujeres y hombres. Desde hace décadas, trabajaron en esta venerable institución sin demasiado ruido y salvando dificultades. Muchos, durante años, incluso con peligro para sus vidas, peligro convertido al fin en vil asesinato en una ocasión. Trabajo discreto, concreto, que permitió a Pamplona transformarse de una capital provinciana en una ciudad moderna, de servicios, dotada y reconocida a nivel nacional e internacional. Uno, que ya no es un chaval, ve lo que hay y se acuerda con cierta nostalgia de los Balduz, Pascal, Jaime, Zabaleta, Iturbe, Chourraut, Cabasés, Apesteguía, Beriain, Caballero, Monente, etc. Todos ellos con sus virtudes y sus defectos, y enormes diferencias políticas, pero por lo menos con la delicadeza de no ponerse en ridículo ni ellos, ni de rebote la institución a la que representaban.
Siempre he creído que un concejal tiene que ser, fundamentalmente, un peatón con una libreta. Peatón porque se conoce la ciudad, sus gentes y sus problemas. Con libreta, porque apunta en ella lo que falla y lo que piensa que puede mejorarse. Para eso ha sido elegido: para solucionar esos problemas con dedicación al trabajo y respeto al ciudadano y a sus compañeros de corporación. Y con una reverencial consideración por la ciudad, por su esencia y por las tradiciones que nos arraigan en la Historia. Pues bien, desde que se nos vino el cambio encima, tenemos el Ayuntamiento hecho un cabaret. Donde debería haber personas, campean personajes; donde deberíamos ver acción, vemos pantomimas, y donde debiera imperar un mínimo de decoro y de modales, se han instalado el postureo y la ofensa por la ofensa. Todo ello, dicho sea de paso, con la benévola aquiescencia del alcalde Asirón.
En el último capítulo, el concejal Cuenca ha tenido la ocurrencia de lanzar su telaraña sobre la Procesión de San Fermín. He de confesarles que a mí las procesiones ni me gustan, ni me dejan de gustar. Pero conozco a infinidad de personas en Pamplona que, independientemente de su mayor o menor religiosidad cotidiana, consideran “La Procesión” como el fulcro sobre el que pivota el año. Por lo visto, al señor Cuenca todo esto le ofende en tan sumo grado, que pretende convertirlo en un desfile civil, y hacer del siete de Julio el Día Grande. El señor Cuenca, con la delicadeza de criterio que caracteriza a esta nueva hornada de desquehacerados, pretende de paso mandar la historia de Pamplona “a un museo”. Se agradece que no haya dicho “a un basurero”, que es lo que seguramente estaba pensando. Antes de hacerlo, no obstante, no estaría de más que le echara una ojeada. Veria que en la historia reciente, más o menos agitada según la época, nadie ha tenido la desfachatez de hacer de menos a esta ciudad en sede consistorial. Los nacidos aquí por el natural cariño por la tierra chica. Los venidos de fuera por el básico respeto a una ciudad que, con sus cosas, siempre ha sabido ser hospitalaria.
El señor Cuenca insulta, ofende y humilla. O lo intenta. Y lo que es peor, lo hace a sabiendas, recreándose en la faena. No me cabe duda de que entre los que le votan habrá quien jalee estas ocurrencias y las considere el culmen de la modernidad y del servicio al ciudadano. Otros habrá, espero, que reconsiderarán pausadamente en manos de quién han puesto la responsabilidad de la gestión y de la representación municipal. De lo que estoy absolutamente convencido es que la mayoría de la gente de bien de esta ciudad, que es mucha y de muy diverso color político, repudian y desprecian la conducta y la actitud del señor Cuenca. Un concejal al que el cargo le queda grande, y la ciudad de Pamplona enorme.

Alfredo Arizmendi

Médico y miembro de Sociedad Civil Navarra

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