Entre la galería de fotografías icónicas que dejó la Segunda Guerra Mundial hay dos que quiero evocar. Una de ellas es el alzamiento de la bandera de los Estados Unidos en Iwo-Jima (imagen que, magníficamente interpretada, ilustró un artículo de quien esto firma hace pocos meses). La otra es el mismo acto de alzar una bandera, la bandera roja de la Unión Soviética sobre el esqueleto calcinado del Reichtag berlinés. En ambas ocasiones el sentido del acto fue evidente. Una bandera alzada en suelo ajeno significa victoria para unos; derrota, quizá irremediable, para otros. Tanto da si militar, como entonces, o política, como vamos a comprobar dentro de poco.
El avisado lector ya habrá intuido que voy a hablar (¡yo también!) de la ikurriña y de su más que esperable presencia en posición institucional en Navarra. He de decir, en previsión de que me caiga el habitual chaparrón de improperios que suele acompañar estas cosas, que no tengo nada en contra de la ikurriña.
Tampoco a favor, la verdad sea dicha. En general recelo de las banderas, o más bien de la intención con que se agitan. Sobre lo que tengo una opinión bien formada y franca- mente contraria es sobre esa “cooficialidad de facto” que se quiere otorgar a la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, así como sobre la ristra de vacuidades con el que se pretende justificar el desafuero.
Se ha dicho que la Ley de Símbolos de Navarra debe ser derogada porque es “excluyente”. ¿Y qué podría ser una ley de símbolos, sino excluyente? Si de lo que se trata es de determinar qué símbolo concreto, único y claramente distinguible representa a una determinada entidad política ¿cabe extrañarse de que al determinar ese símbolo se excluyan todos los demás? En el artículo 5 del estatuto de Guernica se establece claramente que la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca es la que es, y ninguna otra, y a nadie le ha dado por reprochar que es un artículo excluyente (aunque lo es, porque tiene que serlo). Nadie ha pedido que nada distinto a la ikurriña ondee en las instituciones vascas, y me imagino la respuesta que obtendría aquel que osara proponer semejante cosa.
Por otra parte, no veo clara la manera en que se pretende gestionar la nueva política de símbolos. ¿Serán factibles iniciativas populares, consultas o procesos participativos para colgar la ikurriña o cualquier otra enseña que se nos pueda ocurrir? La presidenta Barkos deseaba “que no se penalice que los ayuntamientos puedan contar con una expresión no coartada”, lo que, traducido al castellano de uso común, viene a querer decir que a los ayuntamientos se les va a dejar hacer lo que les venga en gana, y que probablemente serán las corporaciones municipales las que se encarguen de la antedicha gestión de los símbolos. Se ha querido además (y lamentablemente se ha logrado) llevar el debate al terreno de los sentimientos, lo cual anticipa el desastre, porque evita cualquier atisbo de solución razonable. Y esto es lamentable por un doble motivo.
El primero es que los sentimientos son una cuestión estrictamente del interior de cada uno. Son los individuos los que se sien- ten una cosa u otra, y lo hacen además de muy diversa manera y en muy diverso grado. Mezclarlo todo en un presunto “sentimiento colectivo” que justifique modificar el estatus simbólico de una comunidad política es una conducta viciada. Y esto vale para el sentirse vasco como para el sentirsenavarroomurciano.
En segundo lugar, no veo de qué manera podemos determinar que un sentimiento es más digno de ser asumido como objeto de codificación que otro sentimiento. ¿Es una cuestión de intensidad del sentimiento? ¿De cantidad de gente que se declara arrastrada por dicho sentimiento? ¿De los decibelios con los que se vocifera inspirados por el sentimiento? ¿De los años que se lleve dando la tabarra con el sentimiento?
Insisto, siendo esos sentimientos a los que se apela una pura cuestión privada, su simbolización creo que debe ser también de orden privado o personal. En lo institucional, sin embargo, creo que debe seguir operando el principio de “una entidad política, un símbolo”, principio que tengo entendido que nadie se ha atrevido a transgredir oficialmente.
Hablaba al inicio de victorias y derrotas. No me cabe duda de que, trayendo los sentimientos a colación, será precisamente ese, el sentimiento de de derrota, el que albergarán no pocos navarros cuando vean la ikurriña en sus instituciones, por más que haya quien estará celebrando como “normalización” lo que no es sino una anomalía.
Alfredo Arizmendi Ubanell
es médico y miembro de Sociedad Civil Navarra
Foto: Diario de Navarra