Capilla de San Fermín

Capilla de San Fermín

Es recurrente cuando se habla de arquitectura en general, el debate sobre el equlibrio entre el continente y el contenido. Se suele decir que el continente, es decir, el edificio, ha de estar al servicio del contenido y no eclipsar a éste, aunque a menudo es la calidad del edificio, la que puede poner en valor aquello que se muestra en su interior. La Capilla de San Fermín de Pamplona es un caso claro en el que el contenido, la imagen del santo universal, por su motivación popular y su relevancia iconográfica, ha hecho olvidar absolutamente la dimensión del edificio que la alberga, y esto a pesar de lo interesante de su arquitectura, de su historia y de sus protagonistas.

La imagen de San Fermín se veneraba en el interior de la iglesia de San Lorenzo hasta que en julio de 1.696, los ediles de Pamplona propusieron otorgarle un espacio propio. Con una eficacia inusual de la administración, un mes más tarde, Santiago Raón, maestro de obras que había trabajado en la catedral de Calahorra y en la iglesia de Santiago de la misma ciudad, presentó un proyecto que obtuvo la aprobación de la ciudad y de la iglesia de San Lorenzo, en cuyo claustro debía situarse la nueva capilla.

El 29 de agosto del mismo año se colocaba la primera piedra de la construcción en presencia del Obispo, Virrey y demás fuerzas vivas de la ciudad. El proyecto, en el que también intervinieron Fray Juan de Alegría y Martín de Zaldu, dibuja una cruz griega inserta en un cuadrado, con un tramo adicional que la conecta con la nave de San Lorenzo. Esta traza, de inspiración barroca se ve reforzada por una decoración de pilastras corintias, y rematada en su crucero con una cúpula sobre cornisa con balcón. La cúpula, se apoya en un tambor octogonal bien visible desde el exterior, en el que se abren ocho ventanas que iluminan el interior de la capilla.

Las obras duraron veinte años y en 1.717 pudo verse el volumen desde el exterior, con un aspecto muy parecido al que podemos percibir ahora. La planta cruciforme, se observa construida en ladrillo, sobre la que se eleva el tambor, que encierra la cúpula, rematado por una linterna también octogonal. Todo este volumen emerge de un zócalo de piedra, cuadrado, de aspecto palaciego en el que destaca una arquería enrejada.

Es interesante destacar que la arquitectura de esa época, tanto en Aragón, como en la mitad sur de Navarra se construye en ladrillo, mientras que en el norte se utiliza siempre la piedra, por lo que este edificio supone una síntesis constructiva de la arquitectura histórica en nuestra comunidad, si bien es cierto que el dominio del ladrillo, con los adornos propios del momento barroco, nos remite a la imagen de las construcciones del valle del Ebro y ribera de Navarra.

Pasaron 75 años, hasta que empezaron a verse agrietamientos en la cúpula y linterna, debidos, sin duda, a las humedades que afectaban a la estructura de madera de esta parte del edificio. La ciudad, ocupada entonces, en su defensa contra los franceses, no pudo hacerse cargo de su reparación, lo que determinó que en 1.795 se derrumbara parte de la linterna y la cúpula. Para entonces, se había retirado ya de la capilla, la imagen del santo y su trono.

Había que arreglar este desastre, pero, a quién encomendar un trabajo tan delicado? No fue difícil elegir los dibujos de Santos Ángel de Ochandátegui, tras un proceso de concurso, como base para las obras que comenzaron con el nuevo siglo. Ochandátegui, arquitecto vizcaíno de Durango, había trabajado con Ventura Rodriguez en el acueducto de Noain, en la fachada de la catedral de Pamplona y había trazado con gran acierto la plaza de acceso a ésta última, por lo que su solvencia estaba plenamente acreditada. Su intervención no se detuvo en la reconstrucción de la cúpula, sino que se prolongó en detalles ornamentales, casetones, palmetas y medallones, propios del gusto neoclásico de la época, así como en la construcción de tribunas abalaustradas y en la apertura de los óculos que hoy podemos ver en los lados del crucero. Se resituó, además, el nuevo templete y el altar, retrasándolo hacia el ábside y dejando libre el espacio bajo la cúpula.

La atmósfera neoclásica que hoy envuelve el espacio estaba conseguida, pero hay que destacar que la intervención de Ochandátegui fue muy respetuosa con la estructura espacial de la capilla construida 100 años antes, por lo que el resultado actual, demuestra como una buena obra es capaz de soportar una actuación inteligente y sensible, sin alterar la esencia fundamental de aquella.

La capilla de San Fermín, un gran continente para tan importante contenido!

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