“El sufragio universal (es) la vergüenza del espíritu humano. Tal como está constituido, un solo elemento prevalece en detrimento de todos los otros; el número domina al espíritu, la instrucción, la raza e incluso el dinero”. Con esta soltura se despachaba Gustave Flaubert en carta a George Sand, a principios de Septiembre de 1871. Todavía faltaban setenta y tres años para que el sufragio universal fuera efectivo en Francia. Actualmente, nadie que se califique de demócrata pone en duda uno de los pilares fundamentales de cualquier sistema democrático: que cada ciudadano tiene derecho al sufragio, y que cada sufragio tiene idéntico valor. Nada tienen que decir al respecto el espíritu, la instrucción, la raza, el dinero… o la edad.
Añado la edad al conjunto de elementos que Flaubert consideraba postergados, porque detecto en los últimos tiempos una creciente, lamentable e injustificable propensión a valorar (o más bien minusvalorar) el voto de determinadas cohortes de población en virtud de su edad. Tras las elecciones españolas del 26 de junio se han producido movimientos muy significativos en ese sentido.
En la fétida trinchera de las redes sociales se ha producido uno de esos biliosos asaltos a la decencia y al sentido común. No me parece anecdótico. Antes bien, me parece un grave antecedente contra el valor universal de los sufragios, aunque de momento (solo de momento) parece que el valor del sufragio universal no está en entredicho.
Buscando a bote pronto, se encuentran en perlas como estas: “La única posibilidad de progreso es que vayan falleciendo los mayores de 60 años” o “los viejos pueblerinos han conseguido que este país no progrese”. Como estas lúcidas reflexiones hay docenas pululando, en una acción destinada a depreciar el valor de unos votos y, de pasada, deslegitimar unos resultados electorales que les han sido adversos. No lo duden: si Unidos Podemos hubiera sacado cien diputados estarían dando gracias al colectivo “yayoflauta”. Como se han quedado in albis andan invocando la peste negra, a ver si se aclara el panorama. Ver para creer.
Mientras estos benefactores de la humanidad se sientan a ver pasar el cadáver del enemigo, convendrá que les recordemos algunos hechos ciertos. Muchos de esos viejos que tanto les estorban padecieron los rigores de una guerra, una postguerra y una dictadura en las que eran insoñables las comodidades y derechos que disfruta la juventud (entre ellas la libertad de proferir insensateces). Esos viejos tan molestos y tan carcas, que les han impedido tomar el cielo por asalto, trabajaron como mulos, en condiciones laborales que ahora serian inasumibles, muchos de ellos en países extraños, para sacar adelante a sus familias, y con sus familias a España.
Esos viejos tan denostados, que han impedido que llegue “el cambio”, fueron capaces de sacar adelante un pacto constitucional que se antojaba complejo, sin revanchismos y con un grado de consenso que para nosotros quisiéramos en este 2016 de frentes y líneas rojas. Esos vituperados viejos han sido los que, a base de trabajo y de impuestos, pusieron los cimientos del Estado de Bienestar que hoy disfrutamos. Esos viejos han contribuido a pagar la factura del sistema educativo y del sanitario. Estos viejos, en los momentos álgidos de la crisis, han sido uno de los elementos que han evitado la quiebra social. Sin los viejos, sin todos y cada uno de ellos, las cosas hubieran sido distintas, y sin duda peores.
La conducta de estos indocumentados es despreciable en varios niveles. Por supuesto en el político, por todo lo que exponíamos en los inicios del artículo. Pero siendo grave, esto es lo menos malo. Lo que es indecente es la falta de humanidad, y la ausencia de cualquier atisbo de gratitud ante lo que esos viejos hicieron cuando no eran viejos, y siguen haciendo ahora.
Me gustaría que estas modestas reflexiones sirvieran a modo de desagravio ante unas quintas que, por si fuera poco cargar con los años, parece tener que cargar también con un desprecio intolerable e inhumano.
Alfredo Arizmendi
Médico y miembro de Sociedad Civil Navarra