El otoño foral, además de los colores propios de la estación, se ha teñido de una fuerte e inesperada contestación social a propósito de las devoluciones de las retenciones por las prestaciones de maternidad y de la aplicación del programa Skolae en los centros y comunidades educativas de Navarra.
El bolsillo del ciudadano siempre ha ejercido una irresistible atracción para cualquier gobernante, y el Gobierno del Cambio ha seguido con diligencia y sin rectificación hasta la fecha, el guión de la erótica recaudatoria. Una enorme torpeza del Cuatripartito con las fotos de las madres y sus hijos en las silletas como símbolos gráficos del colosal enfado que estos días ha sacudido la calle.
Si de verdad se quiere ayudar a las familias y, como consecuencia indirecta, incentivar la maternidad y la paternidad, desde luego uno de los caminos tiene que ser la articulación de unas políticas públicas que beneficien a las familias y que no las expriman como un limón. En el caso de Navarra, el tema duele más por su arbitrariedad, ya que la Comunidad foral tiene la capacidad legal para modificar y mejorar esta cuestión tributaria. De modo que se trata de una clara e incomprensible falta de voluntad política del Gobierno de Uxue Barkos.
Por otro lado, el programa de coeducación en igualdad Skolae ha generado también ríos de tinta y un fuerte debate sobre la conveniencia o no de su aplicación. Partimos de la premisa de que cualquier padre sensato y responsable está de acuerdo en fomentar una pedagogía positiva en las aulas de sus hijos en torno a los valores de la igualdad de oportunidades de cualquier persona, sin distinción de su sexo o de su raza, en educación y trabajo; a la tolerancia cero con la violencia y el acoso verbal, sexual o físico, o a la responsabilidad compartida en las tareas domésticas. Entonces, ¿qué subyace detrás de esta polémica?
El neofeminismo estigmatiza al hombre y santifica a la mujer siempre desde una perspectiva reduccionista, la de considerarlos como colectivos homogéneos y enfrentados en una interminable guerra de sexos. A diferencia de otras culturas, la heterogeneidad es una cualidad esencial para las sociedades modernas occidentales. Ocurre que ni todos los hombres son iguales ni lo somos tampoco todas las mujeres. Así, hay mujeres que están encantadas de trabajar a tiempo parcial. Otras, en cambio, prefieren trabajar sus ocho horas sin plantearse, bajo ningún concepto, una reducción de jornada. Y esto no es una imposición del patriarcado, es una elección libre e individual, con sus ventajas y con sus inconvenientes, como casi todas las decisiones de la vida.
Tal vez esté llegando la hora de una revisión urgente del feminismo 4.0 o lo que es lo mismo, un punto de evolución más ajustado a las nuevas y diversas realidades sociales y laborales que las mujeres vivimos hoy en día, desde luego muy alejadas de las que se conocían en la España de ochenta años atrás. No olvidemos que las mujeres votaron por primera vez en el año 1933, en el marco de la Segunda República, y con excepción de 1936, ya no volvieron a votar hasta 1977. La Constitución española garantizó la voz y el voto de las mujeres, además de proteger su igualdad. Sin ir más lejos, las protagonistas de la escena política navarra han tenido y tienen nombre de mujer: Yolanda Barcina, Uxue Barcos, María Chivite, Ana Beltrán, Laura Pérez, Ainhoa Aznárez… La realidad del establishment foral, no solo en la política, sino también en el ámbito de los medios de comunicación, las uni- versidades, la judicatura o la me- dicina, contradice y niega afirmaciones presentes en Skolae como que “La estructura social actual niega la ciudadanía plena de la mujer (…)” o “… la falsa apariencia de que los hombres y las mujeres son iguales en derechos (…)”.
En definitiva, la revisión y actualización de los modelos feministas en pleno siglo XXI empieza a ser una tarea pendiente y puede que el rechazo de padres y madres al programa Skolae sea ya un primer aviso de esta necesidad de cambio. El recurso de considerar la violencia de género como prueba de una violencia perpetua del hombre y del sistema patriarcal puede llevarnos a un bucle sin fin que precipite a las nuevas generaciones a vivir una vida marcada por el enfrentamiento, el resentimiento y la desconfianza entre sexos. En definitiva, a ser menos iguales, justo el efecto contrario de lo que el feminismo persigue.
Elena Sola Zufía es licenciada en Filosofía y Letras y miembro de Sociedad Civil Navarra