Entre 1914 y 1945 la mayor parte de las naciones europeas – siguiendo una vieja tradición – se enfrentaron militarmente dos veces, con unos costes altísimos en vidas humanas y destrucción de bienes y servicios. 31 años de desolación, resentimiento, división de territorios, descrédito de la praxis democrática a los que Ian Kershaw ha puesto nombre en su libro Descenso a los infiernos. Acabada la guerra, en las mentes de algunas personas comenzó a formularse esta idea: nunca más catástrofes como estas entre europeos.
En el mes de marzo de 1957 se firmaron los tratados internacionales de Roma por los que seis países europeos – entre los que figuraban Alemania y Francia, enemigos veteranos en mil batallas – daban luz verde a lo que se llamó Comunidad Económica Europea, creando un ente que gobernaría la misma bajo el nombre de Comisión Europea.
Europa comenzó a hacerse porque, contra la fijación a un territorio del que nunca pueden saberse las fronteras, y contra todo esencialismo o primordialismo, es una obra que se construye por aquellos que se sienten comprometidos con tal proyecto común. Fueron algunos visionarios quienes se propusieron “crear europeos” con una amplitud de miras incluyente, acogedora, solidaria y garantista. Posiblemente esa tendencia a la inclusividad y a compartir unos derechos y deberes en función de los valores de libertad, igualdad y solidaridad sea una característica básica para entender tal aventura. Nos recuerda Bauman que “uno no es necesariamente europeo por haber nacido o por vivir en una ciudad que aparezca en el mapa político de Europa”; y Borges manifiesta su perplejidad cuando “se debate la absurda accidentalidad de una identidad sujeta a un espacio y tiempo determinados”. El hacer Europa quería superar estos prejuicios.
Sesenta años después, el día 25 de marzo, se celebrará la conmemoración de aquel acontecimiento en el mismo lugar: Roma. Como la familia ha crecido notablemente, serán 27 los países que estarán representados por haberse unido al proyecto común en lo que llamamos Unión Europea.
El recorrido de la UE nunca fue fácil y tampoco lo es ahora. Las viejas peleas “nacionales” siguen latentes y, a veces, Europa parece diluirse por los siempre presentes intereses particulares de cada uno de sus componentes. Y si nos fijamos en los últimos 20 años, observaremos que se acumulan muchos problemas en el mundo cambiante e inestable que pone en entredicho las costuras del proyecto europeo. J-C Juncker lo expresa de forma clara y (sorprendentemente) pedagógica en el prólogo al Libro blanco sobre el futuro de Europa (consultar Internet): el sueño europeo se ha hecho una realidad no acabada porque, cambiadas en profundidad las circunstancias económicas y geopolíticas, para afrontar los retos presentes y futuros en el mundo, se necesitan nuevos planteamientos, nuevos proyectos y nuevos horizontes en muchos ámbitos. Para ello se invita a participar y deliberar a las sociedades civiles de cada uno de los países de la UE porque “Europa siempre ha sido mejor cuando mantenemos nuestra unión, firmeza y confianza en que podemos construir juntos nuestro futuro”.
¿Qué se nos dice en el Libro blanco?
Que lo hecho hasta ahora ha sido un éxito en muchos ámbitos. Uno de los más importantes responde a la gran preocupación de sus creadores dado que se han evitado las guerras entre vecinos y se acepta la legalidad común para la solución de los conflictos. Pero hay más. F-W Steinmeier, ministro de relaciones exteriores de Alemania, opina que “Europa exporta estabilidad y seguridad”, idea que se repite en la introducción del Libro blanco: “Una Unión que destaca como modelo de paz y estabilidad” como consecuencia del respeto a los valores de la Ilustración y a la adopción de la democracia como forma de gobierno y medio político de mantenerlos. La convivencia entre la ciudadanía no presenta problemas graves dado que se aceptan, respetan y protegen las diferencias por razones de sexo, creencias religiosas, ideologías y color de piel, tal y como figura en los artículos pertinentes de las Constituciones de los países comunitarios. Se admite con aquiescencia la existencia del Estado de derecho que regula las instituciones políticas y algunos ámbitos de la vida ciudadana bajo el imperativo de la igualdad ante la ley. Se viaja por los países de la UE con libertad y se establecen vínculos intercomunitarios por razones de trabajo, estudios, ocio o negocios. Se ha creado – con dificultades y errores – una moneda única cuya estabilidad es una garantía cuyo soporte está en la construcción del mayor mercado único del mundo. Se progresa, lentamente y con dificultades, en áreas de seguridad común, política exterior, defensa, coordinación policial y vigilancia digital. Sin olvidarnos de que la UE es la zona del mundo que más contribuye a la ayuda al desarrollo y colabora activamente para remediar los problemas del cambio climático. Pero no todo camina en positivo, como no podía ser de otra manera.
Jesús Mª Osés,
profesor de Historia del Pensamiento Político de la UPNA