Gregorio Marañón en la política de hoy

Gregorio Marañón en la política de hoy

El 19 de mayo de 2017 se cumplirán 130 años del nacimiento de Gregorio Marañón y Posadillo; médico, humanista, escritor de envidiable estilo; vórtice afortunado que recoge el influjo de algunos descollantes españoles del XIX e inicios del XX -Menéndez Pelayo, Galdós, Cajal-, y que se derrama en una portentosa obra científica y literaria, hasta su muerte en 1960. Además de todo ello, Marañón fue eso que ahora se llama un intelectual comprometido, incluso políticamente comprometido, aunque como el afirmó, no era político porque tenía el compromiso fundamental de ser “leal a su propia conciencia”. Conviene señalar aquí que parte de su sangre era navarra, al tener antecedentes en la localidad de Marañón, en el valle de Aguilar, en Tierra Estella. De Navarra decía haber heredado el nombre, pero no la bravura.

Aprovechando la efeméride, cabe preguntarse qué queda de su legado -o qué podría recuperarse- en la España de hoy, plena de incertidumbre en un siglo y un mundo inciertos. ¿Es necesario resucitar a Marañón?

La calidad de su apostolado liberal, y la necesidad de referentes de más categoría que el habitual estruendo de grillos mediáticos justifican, en mi opinión, el esfuerzo de devolver al ilustre compatriota a la primera línea del debate político y civil. Veremos por qué, a través de algunas de sus reflexiones.

Pensaba Marañón que “ser liberal es, primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo, y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que son los medios los que justifican el fin”. No hemos visto mucho de esto en la España de los últimos años. Somos tierra de discordias cada vez más afiladas y agresivas. Lejos de mostrar disposición a entenderse (lo de dialogar es solo un procedimiento), padecemos el revanchismo, el atrincheramiento y el banderismo, y brota una animadversión que en muchos individuos es ya rampante y refractaria a cualquier proceso racional. Incapaces de confrontar argumentos, se cruzan insultos, bravatas y provocaciones. Andan sueltos, con púlpito y tribuna, muchos odiadores de muy diversos pelajes. Los disensos más violentos de nuestra Historia, lejos de habernos enseñado algo, siguen alimentando la discordia muchas décadas después. Sobre todo esto tiene Marañón provechosos textos que, como tantos otros, deberían ser rehabilitados.

¿Qué decir sobre los fines y los medios?. Hay quien tiene asumido que se puede mentir, manipular, sabotear, ofender de palabra y de obra, agazaparse en el anonimato, justificar crimenes, extorsionar, corromper, robar, prevaricar y cohechar… todo ello en nombre de nobilísimas causas. Los verdaderos fines, sin embargo, son los de siempre: el poder, el dinero, la promoción social, o todos ellos en amalgama. Y lo peor es que les vale. En una sociedad embotada de resquemores contra “los otros”, semejante conducta reporta muchas veces réditos insospechados. Muchas nulidades han tocado la cima del poder a base de repetir cuatro simplezas y abotargar a sus votantes proporcionándoles un contrario a quien detestar. No ven inconveniente en dejar la moral pública hecha un erial. El “ciudadano”, concepto hijo de la Ilustración y del racionalismo, acaba infantilizado y esclavo de unas emociones astutamente sobreexcitadas. Poco importa si tras todo ello se agazapan violencias futuras. Es lo que se ha dado en llamar “postverdad”, nueva palabra para una muy vieja perversión política: revolver el río para que ganen los pescadores sin escrúpulos.

En otro lugar expresa Marañón su convicción de que “todas las ideas políticas son buenas, mientas sean profesadas con desinterés y no sean pretexto para quitar a nadie la libertad o la vida”. Esta piedra de toque marañoniana es exigente no para las ideas políticas, que son entes abstractos, sino para las personas, que son quienes proponen o asumen dichas ideas. La desafección por la política a la antigua usanza ha hecho surgir nuevas modalidades, no mejores que la anterior. A la vieja y a la nueva se adhieren las personas con armas y bagajes, desistiendo del criterio autónomo y sometiéndose, de nuevo en palabras de Marañón, a la “tremenda inquisición del compromiso externo”, llámese dicho compromiso corrección política o disciplina ideológica.

No, no era Gregorio Marañón un político tal como entendemos ahora la palabra. Tampoco son marañonianos los políticos de hoy, ni los nuevos ni los viejos. Si llegan a serlo habremos dado el paso fundamental para sacarnos de encima el sectarismo, de todos los tonos ideológicos, que atenaza la vida política española desde hace demasiado tiempo. En cualquier caso, si algún lector se interesa por la lectura de Gregorio Marañón, estas reflexiones no habrán sido escritas en balde.

 

Alfredo Arizmendi Ubanell es médico
y miembro de Sociedad Civil Navarra
Tribuna publicada en Diario de Navarra

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