Historias, memorias y exposiciones

Historias, memorias y exposiciones

Se puede convertir la memoria en Historia, pero no se puede convertir la Historia en memoria. La Historia, como disciplina académica, aplica una serie de métodos analíticos a un conjunto de fuentes de entre las cuales los testimonios personales directos son solo una parte. Imaginemos tener que escribir la historia de los vascones basándonos en la memoria. Seria en verdad problemático. Pensemos en la Transición Española. Contamos con todas las fuentes documentales habidas y por haber, y con infinidad de testimonios personales. En el caso de que un investigador, en el año 2070, quiera adentrarse en un aspecto desconocido de dicho periodo histórico, tendrá que basarse en fuentes documentales, al ser virtualmente imposible obtener el testimonio directo, la memoria, de los participantes en los hechos objeto de “historización”. En estas situaciones ganan valor los Diarios, en los que personas a las que por ley de vida no podremos interrogar nos dan respuestas a las preguntas que no podremos hacerles.
Otro problema de la memoria es que tiende a ser poco fiable. “Cualquier cosa procesada por la memoria es ficción” dice el escritor estadounidense David Shields. Las citas en este sentido se podrían multiplicar hasta el infinito. No quiero dar a entender que quien recuerda engaña en cierto modo. Me limito a sugerir que, al hacer memoria, recordamos no los hechos, sino la representación que de ellos hemos elaborado. Esta elaboración depende en muchos casos del sedimento de experiencias añadidas con el paso de los años. En este sentido, la expresión “memoria histórica” pecaría de generosa, aunque no de falsa.
Durante la inauguración de la muy polémica exposición “Navarra-1936-Nafarroa” Carlos Martínez Moreno, miembro del Autobús de la Memoria, proclamó que se pretendía “convertir la Historia en Memoria viva”. Una pretensión muy arreglada de cara a la galería, pero que contraviene lo expuesto, y que puede ocultar propósitos no del todo limpios. Veamos por qué.
¿Es defendible presentar un monigote con los rasgos del anterior alcalde de Pamplona, Enrique Maya, desfilando por un pasillo macabro de esqueletos y calaveras, todas ellas con el balazo ejecutor bien visible? ¿Qué sustento histórico tiene semejante imagen? El autor del dibujo, compañero de partido de la Presidenta del Parlamento, afirma que  los cuadros “se basan en experiencia y relatos que le han transmitido familiares de las víctimas”. No me cabe duda en algunos de los cuadros, sobre los que nada tengo que objetar. ¿Pero tendría el artista la bondad de remitirnos el audio, o al menos la transcripción, de los “relatos” que sitúan a Maya en cualquier acontecimiento sucedido durante la guerra o la represión franquista? ¿Tiene todo esto algún rigor histórico o memorialístico? ¿Es el único objeto de la exposición la pura reivindicación de la memoria? La respuesta a todas estas preguntas es NO.
Nada hay que objetar a una exposición cuando proyecta una visión ajustada de la actualidad. Pero la que nos ocupa es un indisimulado intento de endosar la responsabilidad de las represalias franquistas a instituciones actualmente vigentes. Disfraza a éstas últimas como herederas jurídicas y morales del franquismo, lo cual es una aberración desde todos los puntos de vista. Se presenta como vindicación de la memoria, pero se aprovecha para colar un burdo engaño. Parte de lo que se ofrece en la sede del Parlamento de todos los navarros es una mentira, que carga a las espaldas de una parte sustancial de la sociedad la responsabilidad de actos en los que la inmensa mayoría no tuvo ni arte ni parte. Las graves heridas que le quedan a una nación después de acontecimientos como la Guerra Civil deben restañarse. Pero hay que hacerlo con generosidad, con altura de miras, y sobre todo con verdad. Y en esta exposición la verdad tiene goteras. Y graves.
“Todos los navarros”, escribo unas líneas más arriba. Esta frase no se les cae de la boca a nuestros actuales gobernantes, con la Presidenta a la cabeza. En la exposición de la que hemos hablado, una parte no desdeñable de “todos los navarros” está siendo insultada de manera soez. Sin sombra de rigor, de fundamento histórico y sobre todo de vergüenza. Usando dramas familiares de manera espuria para deslegitimar posiciones políticas tan legitimas como cualquier otra. En definitiva, una muestra más de los tiempos que corren en Navarra. Tiempos de cambio, les llaman.

Alfredo Arizmendi

Médico y miembro de Sociedad Civil Navarra

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