El puente sobre el río Arga que da nombre a Puente la Reina es el más representativo de los puentes que jalonan el Camino de Santiago: 109 metros de longitud, cuatro de anchura y seis esbeltas bóvedas de cañón de sillería con arquillos de aligeramiento, vanos máximos de 20 metros y el característico perfil medieval conocido popularmente como “lomo de asno”.
Dicho perfil es un rasgo característico de la ingeniería de puentes medieval – heredera directa de la ingeniería romana- y se acentúa cuando la bóveda central del puente se construye apuntada o en ojiva como en el caso del famoso puente navarro. Con esta mayor abertura de la bóveda central se logra que la mayor capacidad de desagüe se encuentre en el centro del río, manteniendo a salvo los márgenes del curso fluvial.
El monje benedictino francés Aymeric Picaud ya mencionaba en su “Codex Calixtinus”, escrito alrededor del año 1160, un Ponte de Arga o Ponte Regina. Para entonces el Camino llevaba ya más de un siglo de crecimiento imparable que lo llevó a convertirse en una gran arteria, en una especie de autovía medieval por la que circulaban multitud de peregrinos. Su importancia impulsó numerosos equipamientos, como puentes y calzadas, así como obras civiles y religiosas (iglesias, hospitales, etc.).
Se cree que el puente fue mandado construir por Doña Mayor, mujer de Sancho III de Navarra (1004-1035), aunque no tenemos fuentes documentales que lo confirmen. Tras la construcción del puente, la villa experimentó un importante desarrollo económico propiciado por el establecimiento de pobladores francos atraídos por las oportunidades que ofrecía el Camino. Los recién llegados francos, bajo el impulso del Fuero de Estella, concedido en 1122 por Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón entre 1104 y 1134, y asociado además a la entrega de unos terrenos entre el río y el prado de Obanos, diseñaron el plan urbanístico de la villa que todavía hoy podemos contemplar en la actualidad.