Kambalatxe

Kambalatxe

El 2 de junio la sociedad civil está llamada de nuevo a protagonizar otra gran movilización popular, tal como ya ocurrió hace un año en defensa de la identidad y los símbolos de Navarra. Ante la radicalización de la política lingüística del gobierno cuatripartito mediante la imposición del uso del euskera en todos los ámbitos de la esfera pública, y ahora también en el ámbito privado, es un hecho innegable que se está produciendo una discriminación inaceptable que afecta a todos los navarros castellanohablantes, que son la inmensa mayoría. Una purga lingüística con la que pretenden segregar a la ciudadanía en función de la lengua.

Tras tres luctuosos años gobernando las principales instituciones de Navarra, las autodenominadas “fuerzas del kanbio” (Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda/Ezkerra) han provocado una auténtica regresión política, social y económica en la Comunidad Foral. Espoleados por la actual desafección política en España, han resuelto implantar toda una serie de medidas excluyentes y sectarias, diseñado un modelo de acción política radical e intransigente que atenta contra los principios fundamentales de nuestra democracia. Más que un cambio, en realidad asistimos a un verdadero cambiazo. Aquellos provocadores discursos de investidura ya presagiaban ese sesgo extremista y reaccionario, empleando para ello un lenguaje ruidoso y superficial, más propio de una acalorada tertulia de taberna que de una oratoria parlamentaria. Debates frívolos que sin embargo escondían perniciosas consecuencias cuando esa misma clientela aforada decidió investirse como genuinos representantes de la gente. Pero el actual enjambre de partidos que sostienen el ejecutivo Foral, a pesar de sus diferencias ideológicas, sustentan su hoja de ruta bajo un denominador común cuyo principal baluarte se cimienta en la construcción nacional… vasca. Con sus políticas de tierra quemada pretenden configurar un paisaje hostil promoviendo un apartheid político mediante la imposición de un nacionalismo sectario. Un siniestro intento de dinamitar la convivencia, en el que sentirse español, navarro y/o vasco, que hasta hace poco eran perfectamente conjugables, ahora pretenden convertirlo en una quiebra social. Un subterfugio inadmisible que distinga a sus gudaris civiles del resto de ciudadanos. Asistimos a una depuración encubierta a golpe de decreto que, utilizando la lengua como vehículo de discriminación negativa, les permitirá catalogar a los navarros mediante su significación ideológica. La suplantación de los símbolos navarros por banderías ajenas, la preeminencia del euskera sobre el castellano, oficializando su obligatoriedad tanto en el sistema educativo como en la administración y la inmersión hacia un vasquismo fundamentalista, son las piedras angulares de esa construcción abertzale. Un relato rupturista en el que además pretenden blanquear la barbarie terrorista sin ningún rubor.

De las arengas tabernarias a las proclamas cavernarias. En esa superchería subversiva llevan tiempo instalados estos políticos títeres que forman la vanguardia de un movimiento que pretende la ruptura de Navarra y su absorción en una Euskalherria de trincheras y fronteras. Esta desconexión en diferido se enmarca dentro de un plan global de acoso y derribo contra la unidad de España y el constitucionalismo democrático promovido por los círculos independentistas que asolan nuestro país. Abonado el terreno en Cataluña, Navarra es la próxima estación en este viaje a ninguna parte. Aunque esos brindis revolucionarios jaleados en las tabernas del clan encendían las perversas obsesiones de los agitadores de la tribu, las proclamas a la insurrección se acababan normalmente con las últimas rondas de cervezas. Pero trasladar esas incendiarias soflamas de barra de bar a la Mesa de un Parlamento, requería otras aptitudes. Es entonces cuando ese impostado cambio, se convirtió en auténtico cambalache. Los representantes de los viejos partidos nacionalistas, sustentados ahora por una nueva horda populista, son dirigentes curtidos en la arena parlamentaria. Conscientes que la acción política requiere gran dosis de pragmatismo, ahora la táctica de combate al Estado se marca desde los despachos oficiales. Midiendo los tiempos y adaptándose a las circunstancias del terreno, pero ocupando sin titubeo los espacios públicos de la política a golpe de decreto. La presidenta de Navarra, consciente de la debilidad de sus adversarios, resolvió clausurar aquellas procesiones de fonda y cantina frecuentada por sus compañeros de armas que tan poca renta producía, para refugiarse en la caverna tribal y así administrar con suficiencia los réditos políticos que derivan de la situación catalana. La “Herriko Kaberna” representa ese territorio de frontera hostil donde la libertad queda secuestrada y la convivencia amenazada. Y es ahí donde el nacionalradicalismo se siente poderoso, retorciendo los alambres del poder desde las sombras, porque saben que gradualmente, sin tanto ruido de fondo, van imponiendo sus postulados excluyentes legislando desde las entrañas, disfrazando el tétrico pasado, pero sin dejar de abrazar esa “kale borrika” que se erige en la guardiana de la tribu.

Un “kambalatxe” en toda regla. Por eso mismo es imprescindible que la sociedad civil se movilice masivamente para evitar este infame “Nafartheid” al que nos pretenden arrastrar.

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El 2 de junio la sociedad civil está llamada de nuevo a protagonizar otra gran movilización popular, tal como ya ocurrió hace un año en defensa de la identidad y los símbolos de Navarra. Ante la radicalización de la política lingüística del gobierno cuatripartito mediante la imposición del uso del euskera en todos los ámbitos de la esfera pública, y ahora también en el ámbito privado, es un hecho innegable que se está produciendo una discriminación inaceptable que afecta a todos los navarros castellanohablantes, que son la inmensa mayoría. Una purga lingüística con la que pretenden segregar a la ciudadanía en función de la lengua.

Tras tres luctuosos años gobernando las principales instituciones de Navarra, las autodenominadas “fuerzas del kanbio” (Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda/Ezkerra) han provocado una auténtica regresión política, social y económica en la Comunidad Foral. Espoleados por la actual desafección política en España, han resuelto implantar toda una serie de medidas excluyentes y sectarias, diseñado un modelo de acción política radical e intransigente que atenta contra los principios fundamentales de nuestra democracia. Más que un cambio, en realidad asistimos a un verdadero cambiazo. Aquellos provocadores discursos de investidura ya presagiaban ese sesgo extremista y reaccionario, empleando para ello un lenguaje ruidoso y superficial, más propio de una acalorada tertulia de taberna que de una oratoria parlamentaria. Debates frívolos que sin embargo escondían perniciosas consecuencias cuando esa misma clientela aforada decidió investirse como genuinos representantes de la gente. Pero el actual enjambre de partidos que sostienen el ejecutivo Foral, a pesar de sus diferencias ideológicas, sustentan su hoja de ruta bajo un denominador común cuyo principal baluarte se cimienta en la construcción nacional… vasca. Con sus políticas de tierra quemada pretenden configurar un paisaje hostil promoviendo un apartheid político mediante la imposición de un nacionalismo sectario. Un siniestro intento de dinamitar la convivencia, en el que sentirse español, navarro y/o vasco, que hasta hace poco eran perfectamente conjugables, ahora pretenden convertirlo en una quiebra social. Un subterfugio inadmisible que distinga a sus gudaris civiles del resto de ciudadanos. Asistimos a una depuración encubierta a golpe de decreto que, utilizando la lengua como vehículo de discriminación negativa, les permitirá catalogar a los navarros mediante su significación ideológica. La suplantación de los símbolos navarros por banderías ajenas, la preeminencia del euskera sobre el castellano, oficializando su obligatoriedad tanto en el sistema educativo como en la administración y la inmersión hacia un vasquismo fundamentalista, son las piedras angulares de esa construcción abertzale. Un relato rupturista en el que además pretenden blanquear la barbarie terrorista sin ningún rubor.

De las arengas tabernarias a las proclamas cavernarias. En esa superchería subversiva llevan tiempo instalados estos políticos títeres que forman la vanguardia de un movimiento que pretende la ruptura de Navarra y su absorción en una Euskalherria de trincheras y fronteras. Esta desconexión en diferido se enmarca dentro de un plan global de acoso y derribo contra la unidad de España y el constitucionalismo democrático promovido por los círculos independentistas que asolan nuestro país. Abonado el terreno en Cataluña, Navarra es la próxima estación en este viaje a ninguna parte. Aunque esos brindis revolucionarios jaleados en las tabernas del clan encendían las perversas obsesiones de los agitadores de la tribu, las proclamas a la insurrección se acababan normalmente con las últimas rondas de cervezas. Pero trasladar esas incendiarias soflamas de barra de bar a la Mesa de un Parlamento, requería otras aptitudes. Es entonces cuando ese impostado cambio, se convirtió en auténtico cambalache. Los representantes de los viejos partidos nacionalistas, sustentados ahora por una nueva horda populista, son dirigentes curtidos en la arena parlamentaria. Conscientes que la acción política requiere gran dosis de pragmatismo, ahora la táctica de combate al Estado se marca desde los despachos oficiales. Midiendo los tiempos y adaptándose a las circunstancias del terreno, pero ocupando sin titubeo los espacios públicos de la política a golpe de decreto. La presidenta de Navarra, consciente de la debilidad de sus adversarios, resolvió clausurar aquellas procesiones de fonda y cantina frecuentada por sus compañeros de armas que tan poca renta producía, para refugiarse en la caverna tribal y así administrar con suficiencia los réditos políticos que derivan de la situación catalana. La “Herriko Kaberna” representa ese territorio de frontera hostil donde la libertad queda secuestrada y la convivencia amenazada. Y es ahí donde el nacionalradicalismo se siente poderoso, retorciendo los alambres del poder desde las sombras, porque saben que gradualmente, sin tanto ruido de fondo, van imponiendo sus postulados excluyentes legislando desde las entrañas, disfrazando el tétrico pasado, pero sin dejar de abrazar esa “kale borrika” que se erige en la guardiana de la tribu.

Un “kambalatxe” en toda regla. Por eso mismo es imprescindible que la sociedad civil se movilice masivamente para evitar este infame “Nafartheid” al que nos pretenden arrastrar.

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