A lo largo de la historia ha habido grandes pestes que han golpeado a la humanidad, pero ninguna ha sido tan dañina y duradera como el hambre existente hoy en el mundo.
Se considera que la peste negra ha provocado las pandemias más letales. Producida por la bacteria Yersinia pestis afectó a Europa a mediados del siglo XIV, causando la muerte de unos 25 millones de personas, un tercio de la población europea de la época. Aunque sigue estando presente en algunas regiones pobres del planeta es menos grave que el drama que suponen unos 700 millones de personas hambrientas en situación de extrema pobreza, que se traduce en unas 35.000 muertes diarias, muchas de ellas de niños de corta edad.
Al mismo tiempo, existen tantas personas obesas como hambrientas, de forma que la obesidad es una nueva enfermedad de los países ricos.
Aunque es loable que en estas últimas décadas haya descendido la hambruna en el mundo, las muertes por hambre siguen siendo una vergüenza para la humanidad y más cuando se da la paradoja de que producimos muchos más alimentos de los necesarios. Cada español tira unos 170 kg de comida al año y, en el conjunto del planeta, se desperdician unos 1.300 millones de toneladas anuales. Producimos un 60% más de lo que necesitamos pero existen fallos en el acceso de los alimentos.
El hambre tiene una relación directa con la seguridad alimentaria y, por supuesto, con la seguridad mundial. Del hambre nacen todo tipo de conflictos -sociales y bélicos- y la gran corriente migratoria por razones económicas hacia los países ricos, pues al hambre se llega desde la pobreza. El hambre constituye el caldo de cultivo de la violencia y, aunque no es contagiosa, sí es muy peligrosa.
Los mercados agrarios tienen mucha culpa de lo que sucede. La gran crisis económica mundial del 2008 acarreó una fuerte crisis alimentaria provocada por la entrada especulativa de grandes fortunas en el mercado de los alimentos, el mercado de futuros. Los ricos haciéndose más ricos a costa de los pequeños productores agrarios. Por algo la producción de alimentos es estratégica en el mundo.
La producción de alimentos agrarios en el planeta tendría que estar regida por la sostenibilidad medio-ambiental, la biodiversidad de especies y de razas, el equilibrio y la ética, pensando siempre en que los alimentos sean saludables para las personas y que se produzcan cerca de los lugares de consumo. Es penoso que hoy utilicemos, sobre todo, unas 150 especies vegetales frente a las más de 7.000 que se han empleado a lo largo de historia y sólo 4 de ellas -trigo, arroz, maíz, patata- aporten el 60% de nuestra dieta calórica de origen vegetal.
Si tenemos un derecho humano prioritario este es el del acceso a la comida porque sin él no existen los demás. Nos tendríamos que movilizar aunque solo fuera por egoísmo inteligente pues, sin seguridad alimentaria, no habrá paz en el mundo. Erradicar el hambre en el mundo no es una opción, es una necesidad imperiosa que nos atañe a todos si queremos tener futuro.
Esta erradicación pasa forzosamente por ayudar en el desarrollo y en el progreso de los países pobres y, especialmente, en que se instauren sistemas de gobernanza democráticos y el respeto a la libertad. Para ello, hacen falta muchos medios, con mucha formación y acompañamiento, justo lo contrario de lo que se está haciendo ahora donde se acude a las regiones pobres del planeta para explotar sus recursos naturales. Grandes multinacionales compran enormes superficies de las mejores tierras para su explotación agraria y se corrompe a las élites políticas a cambio de favores que esquilman la forma de vida de los nativos.
Estas medidas solo pueden ser implementadas in situ con ayuda de gobiernos democráticos responsables e instituciones internacionales competentes, presionados por la sociedad civil que debería convertir este grandísimo problema en un clamor de reivindicación social.
¿Y qué pasará cuando en 2050 haya previsiblemente 10.000 millones de personas en el mundo? Entendemos que se producirán alimentos suficientes para todos, el reto será que tanto el aprovechamiento como el acceso a los mismos sean eficientes en todos los rincones del planeta. El incremento de la producción estará basado en la mejora de la tecnología de los sistemas de producción (80%) más que en el aumento de las unidades productivas (nº de hectáreas y de cabezas de ganado; 20%). Tendrá que haber un cuidado exquisito con la preservación del medio ambiente, pues el cambio climático ya ha llegado y con intención de quedarse. Este es el otro gran problema que además lleva aparejado el hambre en el mundo.
Antonio Purroy Unanua Catedrático de Producción Agraria y miembro de Sociedad Civil Navarra