La mejor esquina de Pamplona

La mejor esquina de Pamplona

Recientemente la Fundación DOCOMOMO Ibérico ha incluido en su catálogo, dos edificios de Pamplona. Esta institución se ocupa de documentar y poner en valor la arquitectura del movimiento moderno español, con la finalidad última de su reconocimiento como patrimonio cultural, y de su protección y conservación.

El edificio situado en la avenida Baja Navarra nº 9 bis de Pamplona, obra de los arquitectos pamploneses Javier Guibert y Fernando Redón, merece ésta primera consideración.

Es posible que la valoración de este edificio, bastante reciente para los parámetros que normalmente se utilizan a la hora de fundamentar la edad de la arquitectura, sorprenda al ciudadano, y haga que se pregunte cuáles son sus valores para merecer esta distinción.

En primer lugar debe situarse en el contexto de los años 60, para poder entender el valor de esta aportación, en una época de ostracismo cultural y escasez económica. Javier Guibert y Fernando Redón, arquitectos exquisitos y con una curiosidad intelectual adquirida en sus años de formación en Madrid, supusieron el despertar arquitectónico del momento y formaron un prolífico tándem profesional que sin duda dejó huella en Pamplona y Navarra, gracias a una serie de trabajos de diversas escalas y contrastada calidad.

Este edificio, uno de los primeros que aparece en esa balbuciente modernidad, si bien no es el mayor ni el más espectacular de sus trabajos residenciales, sí me parece el más elegante y culto de cuantos contribuyeron a dibujar el perfil y el carácter de la Pamplona del pasado siglo XX.

La fachada sur, caracterizada por las profundas cicatrices de sus terrazas, protegidas con unos eficaces parasoles abatibles de madera, es tal vez, lo más reconocible a primera vista para cualquier ciudadano. Igualmente, su portal, muy cuidado, con resonancias nórdicas, y afortunadamente todavía inalterado, llama la atención por su elegante diseño y su coherencia dentro del proyecto.

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Pero «el alma» destacada del edificio está sin duda en su esquina. Surgida a partir de su posición en la ciudad, y no de un capricho volumétrico o compositivo, no se limita al encuentro natural de las dos fachadas, sino que se utiliza para provocar un dibujo vertical potente, dentro de una composición básicamente marcada por las líneas horizontales y oscuras de sus terrazas, consiguiendo así, un ejercicio de equilibrios admirable.

Mediante un pliegue sutil, se acentúa la ligereza de esta proa. La elección del material, plaquetas cerámicas a junta corrida, concede a la fachada una tersura y luminosidad que nos remite a algunos ejemplos de la arquitectura mediterránea española e italiana.

En una reciente conferencia en Pamplona, el arquitecto británico Anthony Fretton, aseguró que “se puede entender la ciudad conociendo la arquitectura de sus edificios”. Como ciudadanos curiosos debemos hacerlo, levantando de vez en cuando nuestra mirada por encima de las plantas bajas para descubrir cómo son los límites que definen el espacio cotidiano de nuestras vidas.

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