A media mañana del 16 de abril de 1947 un médico certificó la muerte de un hombre cerca de Oswiecim, en Polonia. Pocos días antes el finado se había dirigido a sus hijos por carta. Al mayor le imploraba: “conserva tu buen corazón. Conviértete en una persona que se deja guiar principalmente por la humanidad y el afecto. Aprende a pensar y juzgar por ti mismo, responsablemente. No lo admitas todo, sin crítica, como absolutamente cierto. Aprende de mi vida”.
La muerte fue por ahorcamiento, en cumplimiento de la sentencia dictada por un tribu- nal polaco. El crimen, ser el responsable de la muerte de más de un millón de personas en el campo de Auschwitz, del que había sido comandante. Allí fue ahorcado, y allí se conserva todavía el cadalso que sirvió para la ejecución.
El nombre del convicto era Rudolf Höss.
“Aprende de mi vida”. Tendemos a pensar que solamente las vidas virtuosas son ejemplares. Sin embargo hay ejemplaridad en las vidas sombrías, e incluso en las siniestras. Una ejemplaridad en el reverso , si se quiere, pero que puede ser tan eficaz como la otra. A pocas semanas del septuagésimo aniversario de su ejecución ¿Qué podemos aprender de Höss? Mucho, si pensamos en sus carencias. A Höss le sobraban certezas, entendidas como construcciones mentales a las que se aferraba sin temor a equivocarse, y carecía de la capacidad de dudar, o más exactamente de poner en duda las certezas que otros le proporcionaban.
En nuestras sociedades la duda ha estado muy mal considerada. Tenemos muy dentro ese refrán que dice que “la duda ofende”. Se asocia a debilidad, inseguridad o falta de criterio. Sin embargo la duda, inicio y final de la re- flexión autónoma del individuo, inmuniza contra el totalitarismo, el fanatismo y la tiranía.
No pretendo confundir a nadie: considero la duda como una sana costumbre, pero no a costa de caer en el relativismo moral. Cuando se busca esa autonomía de criterio es imprescindible tener asumido un firme sistema de valores. ¿Sería posible rechazar cualquier atentado contra la libertad, la igual- dad o la verdad sin estar previamente convencido de que son valores universales, y de calidad superior a cualquier esquema político que los cuestione? Creo que no. De hecho, creo que el relativismo moral post- moderno el germen de la convulsión civil y política que está sacudiendo Occidente. Sin referencias morales con las que contrastarla, cualquier estupidez se convierte en certeza. Como consecuencia asistimos estupefactos al resurgimiento de un tipo de liderazgo que reacciona a la incertidumbre ofreciendo catálogos de certezas falaces y simplistas. La respuesta a este liderazgo es, desgraciadamente, la aceptación sumisa por parte de unos (el silencio de los corderos) y el rugir de una masa incapaz de poner en duda lo que se les ordena que piensen (el clamor de los borregos). Que tales certezas no tengan demasiado que ver con la realidad de los hechos carece, en estos casos, de importancia. Se trata de que sean lo suficientemente poderosas como para anular en las gentes la capacidad de ponerlas en duda. Por eso muchas de estas certezas (al igual que en tiempos del nazismo) pretender señalar a los culpables de los males, reales o supuestos, de la sociedad.
Este estilo de liderazgo solo es cuantitativamente distinto del que hundió a Höss en su abismo moral, y a Europa en la ruina. Auschwitz quizá no se repita, pero no está de más recordar que los perversos mecanismos morales que llevaron a aquella salvajada siguen latentes. Agazapados, pero latentes.
En nuestras vidas, la reflexión y la duda sobre las falsas certezas que se nos presentan nos hacen más libres. En la catastrófica vida de Höss la duda hubiera podido servir de freno a la barbarie. Él mismo lo reconoce en su carta, y creo que es una buena manera de resumir y finalizar estas reflexiones: “El mayor error de mi vida fue creer todo lo que me venía de arriba, y no haber osado tener la mínima duda sobre la verdad de lo que se me presentaba”.
Esta es la gran lección que, setenta años después de su muerte, podemos aprender de la aciaga vida de Rudolf Höss.
Alfredo Arizmendi Ubanell es médico y miembro de Sociedad Civil Navarra