Entre la indolencia crónica de la clase dirigente, la ausencia de reflexión crítica de una parte considerable de la opinión pública y la debilidad manifiesta de unas formaciones políticas anegadas en un autismo inquietante, sólo una minoría resuelta y comprometida de nuestra sociedad ha reaccionado con valentía y coraje, erigiéndose en un bastión imprescindible para la salvaguarda de nuestros valores constitucionales frente a la amenaza de quienes pretenden erosionar, socavar y quebrantar la convivencia ciudadana. Periodistas, intelectuales, artistas, jueces, abogados, médicos, trabajadores, profesores, funcionarios, empresarios, estudiantes… todos ellos, mujeres y hombres decentes, que desde las trincheras de la sociedad civil conforman la vanguardia ética de nuestro país. Esa significación pública y ese compromiso cívico merece un reconocimiento por dignificar nuestra vida pública. Y con ellos hay muchas otras gentes aportando una colaboración imprescindible para despertar a esta sociedad anestesiada, con ideas, trabajo, apoyo y patrocinio. Todos ellos forman lo mejor de nuestra sociedad. Son todos aquellos que se niegan a mirar a otro lado, que se rebelan ante tanta ignominia y que resisten estoicamente el hostigamiento y el acoso de esa leva de filibusteros de la política que quieren imponernos sus proyectos excluyentes.
Entre esa indiferencia oficial y ese sectarismo radical, se va extendiendo un campo minado de equidistancias muy preocupante. Las políticas de tierra quemada que promueven los intransigentes sin que exista una reacción firme por parte de nuestros dirigentes sólo conduce a una profunda desafección de nuestras instituciones. En tiempos convulsos, lo más cómodo es parapetarse en las sombras del anonimato, pero ese estado de trivialidad generalizado nos convierte en cómplices de esta situación. Ahora nos intentan embaucar con gruesas palabras presentando una España más tolerante y más comprometida. Pero no es cierto. Gran parte de la España oficial ha desertado de sus obligaciones mientras otra parte no menor de la España real duerme un plácido placebo. Contemplamos con bochorno el saqueo incesante de las arcas públicas mientras otros escenifican con indignidad afrentas a la ciudadanía, ofendiendo a las víctimas y abrazando a los verdugos mientras reescriben memorias adulteradas y relatos corrompidos. Un panorama desolador protagonizado por mercenarios con patente de corso que se sirven de una ley seca virtual que sólo trae beneficio a hampones y contrabandistas.
Algo está fallando cuando la iniciativa pública y la agenda política ya no la determinan los partidos políticos. Quienes reaccionan ante los desafíos nacionalistas, quienes se enfrentan ante las imposiciones lingüísticas y quienes se rebelan ante las manifestaciones del odio son las asociaciones cívicas, las sociedades civiles y los colectivos en defensa de la convivencia y la justicia. Y bajo ese paraguas, entonces sí, todos participan. Y esto es así, porque la política ha quedado constreñida a un mero instrumento propagandístico a corto plazo. A muy corto plazo. Mientras algunos dirigentes siguen evadiendo su responsabilidad, asumiendo ese complejo que anula su capacidad de liderar la defensa de las libertades públicas, los que pretenden la ruptura y la división actúan con determinación en esta desconexión en diferido que se enmarca dentro de un plan global de acoso y derribo contra la unidad de España. Son éstos, los que pretenden implantar en la sociedad el cultivo del agravio, tergiversando la historia y adoctrinando en el rencor. Afrentan, por acción o por omisión, a quienes levantan la voz para denunciar este régimen sectario. Ofenden sin pudor ni vergüenza a las víctimas del terrorismo. Menosprecian la encomiable labor del Ejército, de las Policías y de la Guardia Civil. Prescinden deliberadamente de los símbolos constitucionales. Alimentan el desafecto radicalizando las instituciones que gobiernan, despreciando los emblemas institucionales para imponer banderías ajenas. Y procuran infiltrar elementos desestabilizadores con objeto de romper todo aquello que nos une. Ocurrió en Euskadi y está ocurriendo en Cataluña, donde los partidos constitucionalistas se han convertido en fuerzas minoritarias. Y Navarra se encamina por la misma senda si no se reacciona con presteza ante esta grave situación. Nos encontramos ante un horizonte complicado. Por eso mismo es imprescindible que esa parte de la sociedad, escéptica y silenciosa, tome verdadera conciencia del problema y asuma sin complejos su deber cívico.