Sin duda, uno de los puntos en los que la acción de la UE presenta un déficit más inquietante es la insatisfactoria conexión entre instituciones y ciudadanos, es decir, administradores y administrados. Claro que análoga cuestión se aprecia a escala nacional, así que cabe la reflexión de si realmente en la sociedad global de masas resulta posible un contacto operativo y eficaz entre gobernantes y gobernados.
La falta de una mayor incidencia y reactividad de las instituciones europeas es notoria, o bien por la ausencia de coordinación o bien por la falta adecuada de capacidad de las mismas instituciones. Por ejemplo, la creencia generalizada de que los impactos del gasto no resultan efectivos porque hay amplias bolsas de derroche o de fraude en el grupo de los países del sur complica mucho el funcionamiento adecuado de los mercados. Otra crítica generalizada es la falta de coordinación en la política inmigratoria con la agudización de un problema que afectaba a la ribera sur de la Unión Europea y que se ha ido extendiendo también a los países del norte. Finalmente, aunque ha habido indudables avances en el tercer pilar de la UE, Justicia e Interior, como la Europol, el derecho de asilo o la correspondencia judicial, es indudable que todavía queda mucho por hacer para hacer frente a fenómenos tan complejos como el del terrorismo yihadista, por ejemplo.
Otro ámbito poco satisfactorio es la política exterior, como se ha demostrado en toda una serie de casos: Afganistán, Irak, Irán, Corea del Norte, Libia, Siria… Situaciones de crisis ante las cuales los países de la UE presentaron posiciones muy diferentes. A pesar de que hay una serie de procedimientos comunitarios a seguir dentro de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), aún se está lejos de disponer de una estrategia única.
Persiste la compartimentación de los ejércitos nacionales de los Estados miembros de la UE, con pocos avances efectivos en materia logística; salvo la Brigada Europea, la Fuerza de Intervención Rápida y proyectos como el cazabombardero Eurofighter y el gran transporte aéreo M-400. En definitiva, una situación de ineficiencia absoulta: presupuestos militares individuales frente al único y global de EE UU.
Washington propicia en muchas ocasiones la división interna de los Estados miembros de la UE, y el papel del Reino Unido ha sido clave en este sentido, mucho más ahora con el Brexit. El eterno aura imperialista británico y sus relaciones especiales con EEUU, siempre ha favorecido las tendencias hegemonistas de EE UU, siguiendo la línea tradicional del Gobierno de Londres de ser una especie de caballo de Troya en Europa.
Finalmente, dentro del amplio y complejo mundo de las relaciones internacionales, la UE no ha desarrollado una política activa para la reforma de la Carta de las Naciones Unidas, a fin de convertir la organización en una entidad verdaderamente democrática. Francia y Reino Unido mantienen puestos permanentes en el Consejo de Seguridad y son partidarios del actual status quo. Es decir, seguir como potencias nucleares con derecho de veto, sin abrirse a un nuevo Consejo de Seguridad, en el cual se introdujese la igualdad entre todos los países, en vez del actual sistema excluyente del Club de los Cinco. Algo parecido sucede en el G-8, con una cuatripresencia (Reino Unido, Francia, Alemania e Italia) que no tiene una sola voz en el momento de las grandes decisiones, incluso cuando el país presidente semestral de turno de la UE acude a las reuniones anuales del Grupo.
En definitiva, a la hora de hacer balance de la UE, hay toda clase de luces y sombras, pero predominan las primeras sobre las segundas. La UE existe, funciona bien en muchas aspectos y supone un ámbito formidable de integración y paz. Queda, sin embargo, un largo trecho para que llegue a resolverse un mayor grado de unión política que, efectivamente, podría resolver muchos de los problemas comunitarios existentes.