Los decibelios de la música anti-Estado

Los decibelios de la música anti-Estado

La marcha multitudinaria que recorrió Pamplona el pasado 16 de junio en apoyo de los jóvenes encarcelados por la agresión a dos guardias civiles y a sus parejas en un bar de Alsasua en 2016, entronca con una estrategia política de demonización de todo lo que tenga que ver con el Estado y con la creación de la figura de la víctima colectiva. La frase del alcalde de Pamplona, J. Asirón, resume muy bien el trasfondo real del asunto: “Como siempre, es la juventud de Euskal Herria la que es perseguida y castigada”.

Así, la manifestación trascendió el legítimo derecho de los familiares, de los amigos o de ciudadanos anónimos bienintencionados que quieren expresar libremente en la calle su desacuerdo con una condena por considerarla desproporcionada, y pasa a convertirse en un estudiado ejercicio masivo de propaganda anti-Estado, coordinado y financiado desde varios puntos del país, con presencia destacada del mundo independentista y de los círculos antisistema.

Sólo así se explica la presencia en Pamplona de bastantes decenas de autobuses fletados por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) desde diferentes localidades catalanas y otras muchas ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Vitoria… Los cinco jóvenes alsasuarras se han convertido en las estrellas de la música anti-Estado con el apoyo entusiasta del Gobierno cuatripartito de Navarra, con la presidenta Barkos a la cabeza.

Porque inocular entre los más jóvenes el virus de la desconfianza en el Estado es una de las líneas estratégicas básicas de los nacionalismos y de los nuevos populismos. Sus asesores de comunicación e imagen tienen perfectamente identificados a sus objetivos de mercado: las nuevas generaciones. Los modernos, amables y democráticos partidos nacionalistas y populistas diluyen su discurso político con mensajes de justicia, paz y progreso que confluyen en el mismo denominador común: el Estado es el enemigo y los jóvenes son sus víctimas.

La construcción de un enemigo externo, -el Estado, en definitiva España- es la gasolina de ambas ideologías. Después de todo, la defensa contra un enemigo exterior y la reivindicación de la condición de víctima representan una unidad de destino y dibuja una causa común muy atractiva para ambas: el independentismo y la demolición del actual ordenamiento político y jurídico.

Pero para que la gasolina prenda, se necesita una mecha, y en España esa mecha se llama educación o más bien, como magistralmente denomina Savater, la deseducación cívica. No olvidemos que la manufactura de generaciones de ciudadanos que desconfían de cualquier cosa relacionada o impulsada por el Estado tiene mucho que ver con la absurda disparidad de contenidos en humanidades (historia, filosofía) en las diferentes comunidades autónomas. Y es importante recordar que dichos contenidos propician la base intelectual que un individuo necesita en la vida para poder pensar, valorar y decidir.

¿Cuál es la diferencia del sistema educativo en Francia o en Italia, por poner dos ejemplos próximos por cercanía geográfica e idiosincrasia? En nuestro país vecino, un adolescente de Bretaña estudia los mismos contenidos lingüísticos, históricos o filosóficos que otro del País Vasco francés, faltaría más. Al otro lado del Mediterráneo, un ragazzo de Turín comparte las mismas lecciones que un chico de Nápoles o de Sicilia. Es decir, mientras en Europa la educación se revela como uno de los elementos vertebradores y de cohesión para los estados, en cambio, aquí en España la enseñanza se ha convertido en muchos lugares en una herramienta de disgregación que además alimenta la base social del nacionalismo separatista y del populismo rupturista.

Las fuerzas políticas antisistema (EH Bildu, Podemos, CUP) están viendo crecer sus cuotas de poder y de visibilidad en la calle. La música anti-estado está aumentando de decibelios con performances a lo largo y ancho de nuestro país, hoy por los de Alsatsu, mañana por los presoners, y pasado mañana por cualquier otra causa con tirón mediático. Por ello, resulta urgente que nuestros gobernantes -Pedro Sánchez tiene una excelente oportunidad para ser el pionero en esta materia – empiecen a pensar en fomentar una pedagogía positiva en las aulas de escuelas y universidades que enseñe, con ejemplos prácticos, sencillos y accesibles, los valores de nuestra democracia y de nuestro Estado de derecho.

Elena Sola Zufía es licenciada en Filosofía y Letras y miembro de Sociedad Civil Navarra

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