En la década de los años 50, Europa encontró una fórmula salvadora después de dos guerras terribles y dolorosas que la habían arruinado y la perdida de su influencia y poder colonial: la unión europea. Ya desde el fin de la Primera Guerra Mundial se había empezado a tomar conciencia de un cierto declinar político de Europa y del problema de su organización. Intelectuales como el escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942) alertaron de que la ausencia de colaboración entre Estados había llevado a Europa a la autodestrucción y al suicidio. Era evidente que Europa estaba obligada a buscar el medio de conservar la paz y de acallar sus querellas internas. En círculos filosóficos y humanistas comenzó a desarrollarse una corriente de pensamiento en torno a la idea de una Europa unida.
La Europa que salía de la Segunda Guerra Mundial dependía de la solidaridad estadounidense para su reconstrucción económica; el American dream o el American Way of life habían desplazado el dominio cultural europeo; las iniciativas descolonizadoras redujeron su extensión geográfica al continente… En este escenario, la alternativa integracionista de la unión dejó de ser una teoría filosófica para convertirse en una necesidad impulsada por políticos, empresarios, y hombres de Estado. El andamiaje de la unión se apoyó en una serie de valores compartidos: la paz como valor supremo, un sistema democrático de libertades como herramienta de la convivencia y el progreso económico y social como fundamento material del sistema.
En 1941, el activista comunista Altiero Spinelli y el escritor Ernesto Rossi redactaron durante su confinamiento en la isla de Ventotene el conocido como “Manifiesto de Ventotene”, cuyo título completo era “Por una Europa libre y unida”, y que está considerado como el origen del movimiento federalista europeo. En junio de 1944, representantes de numerosos movimientos de resistencia de los países dominados por el nazismo proclamaron su común visión de Europa y reclamaron la creación de una federación europea, con el objetivo de garantizar la paz y la prosperidad en el continente y evitar los suicidas efectos del nacionalismo. Los partidos democristianos y socialistas de Italia, Bélgica y Francia acogieron con entusiasmo la idea como eje principal de sus programas de posguerra.
En 1947 el denominado Comité Internacional de Coordinación para la Unión Europea reunió en el Congreso de La Haya a personalidades de diecinueve países, abrió el camino para la creación del Movimiento Europeo y tuvo una notable influencia en el proceso de construcción europea. Las intervenciones del líder socialista Indalecio Prieto y del intelectual Salvador Madariaga tuvieron gran impacto. Cabe recordar que Franco impidió que pudiera asistir algún intelectual más.
En el plano de la acción política, el marco de la Guerra Fría provocó el nacimiento de una Europa intergubernamental y atlántica. En 1948 Gran Bretaña, Francia los tres países del Benelux firmaron un tratado de asistencia mutua que se conoció como la Unión Occidental. Un año después, el Tratado de Londres (1949) creó el Consejo de Europa: a los cinco países de la Unión Occidental se sumaron Italia, Irlanda, Suecia, Noruega, Dinamarca y la futura República Federal de Alemania. Conviene no perder de vista que ese mismo año se constituyó también la Organización del Atlántico Norte (OTAN).
En 1951 se firmó el Tratado que establecía la primera de las Comunidades Europeas: la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), cuya sede se fijó en Luxemburgo y cuyo primer presidente fue el francés Jean Monnet, el autor, un año antes, del célebre memorándum que abogaba por la producción conjunta franco-alemana de carbón y acero bajo una autoridad común.
A mediados de la década de los cincuenta, el fracaso del intento de construir una Comunidad Europea de Defensa (CED) proyectó a la OTAN -básicamente, Estados Unidos- como la única garantía de la seguridad en la Europa Occidental. El proyecto europeo estaba estancado ya que la integración militar o política no era viable. Si se quería avanzar, había que hacerlo en el terreno de la integración económica : el 25 de marzo de 1957 se firmó en Roma el Tratado de la Comunidad Económica Europea, que establecía la supresión de barreras arancelarias, la circulación de productos y capitales y la voluntad de integración política.