A finales de 1982, los biólogos Stephen Jay Gould y Elizabeth Vrba publicaron, en la revista Paleobiology, un artículo que sirvió para introducir en el vocabulario científico el término “exaptación”. Frente a las adaptaciones, que son rasgos o características generadas por evolución para su función actual, definían las exaptaciones como rasgos que, originados para una determinada función, han acabado por desempeñar otra distinta.
Tal es el caso de las plumas de las aves, que aparecieron como mecanismo regulador de la temperatura y han acabado, también, sirviendo para volar. El concepto no es de uso frecuente y espero haber resumido bien su significado. Mi intención es aplicar ese concepto a la deriva social y política que hemos sufrido en los últimos tiempos. Me gustaría apuntar algunas líneas de debate sobre cómo muchas asociaciones, colectivos y organizaciones han ido deslizándose desde sus planteamientos originales hacia funciones distintas. No significa esto que hayan abandonado su labor inicial, pero sí que las han ido infiltrando (o inundando) de contenidos ideológicos o políticos muy concretos. El proceso suele ser similar en todos los casos. Se trata, preferentemente, de organizaciones que operan en ámbitos lúdicos, deportivos, culturales, de dinamización, u ocio organizado. En general, y no es cosa de poca importancia, este ámbito funciona muy bien para recibir subvenciones y para que nadie meta excesivamente las narices en las actividades que se desarrollan.
Con la organización en marcha y dentro del tejido asociativo, comienza el proceso de exaptacion. Hay que notar que dicho proceso suele ser progresivo y pausado, para no asustar al público. Lluvia fina o xirimiri -que moja sin ahuyentar- es la consigna. Un día redactamos los comunicados siguiendo escrupulosamente los dictados de la corrección política que obligan a desdoblar los géneros. Otro día a alguien se le ocurre que, además, dicho comunicado debe enviarse en versión bilingüe, no vaya a ser que alguien no se maneje en castellano. Nada de ello parece especialmente ofensivo y el personal calla y otorga. Con el tiempo, un animador especialmente zascandil o un monitor concienciado se encargan del mínimo empujón que hay que darle a la organización para que empiece a trabajar en una dirección distinta a la original. En muchas ocasiones los sufridores de todo esto son niños y adolescentes. En ellos la capacidad crítica o los mecanismos de defensa ante la manipulación o faltan todavía o pueden no ser suficientes. En estos casos la vigilancia de los padres es fundamental para evitar injerencias formativas o educativas. De no ser así, puede que alguna familia despistada mande a sus hijos a actividades de ocio o tiempo libre y se encuentre con que los chavales están recibiendo su dosis de doctrina o impregnación política.
También puede ocurrir que alguien baje con los niños en Navidad a ver al jovial Olentzero y su cortejo y les cuelen, de rondón, un homenaje a los presos, o que otro se acerque a las fiestas del barrio y se encuentre aquello hecho un aquelarre reivindicativo. Seguro que los lectores podrán multiplicar los ejemplos. Lo molesto en estas situaciones es la doblez y el abuso de la buena fe, más que el hecho de que cada cual pretenda difundir su mensaje (siempre que éste sea dignamente defendible, que no siempre es el caso). Que una asociación católica, por ejemplo, plantee sus actividades según el ideal evangélico, y así lo publique, está dentro de lo normal. No lo estaría tanto que miembros de dicha asociación se dedicaran, pongamos por caso, al proselitismo de la ideología de género o la teoría “queer”; máxime si se hiciera bajo capa y sin control alguno.
Este proceder que hemos descrito ha sido practicado o tolerado por no pocas entidades. Demasiada gente ha pretendido que eran cuestiones menores, que lo importante era pasar un buen rato y tener la fiesta en paz. Así se han producido en nuestra tierra una parte notable de las derivas sociales y políticas de los últimos años. Por suerte, ante el riesgo de que algo no sea lo que parece, el remedio sigue estando en mirar con más atención. No se trata de desconfiar. Se trata de evitar la confianza sin pregunta y sin crítica, que no es confianza sino credulidad. También de no cerrar los ojos ante lo que se nos pone delante, no desviar la mirada cuando lo que vemos nos disgusta y no tener miedo a decidir con qué sí y con qué no transigimos.
Por el contrario, si no se ve remedio por más que se porfíe, no hay que tener demasiados reparos en apearnos de lo que ni nos pertenece ni nos representa. No será el abandono de los cobardes, sino el valor de quienes quieren sacudirse la sibilina imposición de una realidad exaptada.