Navarra: del ‘cierto riesgo’, al riesgo cierto

Navarra: del ‘cierto riesgo’, al riesgo cierto

Está Navarra inmersa en algo parecido a lo que ha llevado a Cataluña a la peor crisis institucional y civil de la historia reciente de España? Para responder no bastan un sí o un no. Hacen falta visión retrospectiva y cierta capacidad de proyección, sobre todo si queremos dar una respuesta productiva, y no solo una contestación tajante según el parecer político de cada cual.

Durante su investidura como presidenta del Gobierno de Navarra, Uxue Barkos, reconoció ser la presidenta abertzale de una comunidad que no lo es. Me pregunto si no estaría pensando “que no es abertzale… de momento”. Tiempo después, Andoni Ortuzar, presidente del PNV, afirmó que el gobierno de Barcos estaba “poniendo a Navarra en el camino correcto tras años en la senda equivocada”. El nacionalismo vasco, en suma, considera el hecho de no ser Navarra mayoritariamente abertzale como una anomalía que debe ser revertida.

Dejemos la Navarra de hoy, y viajemos a la Cataluña del 27 de octubre de 2007, exactamente diez años antes de la aplicación del artículo 155 de la Constitución. ¿Qué preocupaba a los catalanes aquel día? La hemeroteca de “La Vanguardia” nos cuenta que Cataluña andaba muy mosqueada con los socavones de las obras del AVE en Barcelona, una crisis que había llevado a Rodríguez Zapatero a plantearse el cese de la ministra del ramo. También traía el periódico cosas como un hackeo a Ronaldinho, y la información sobre la entrega de los premios Príncipe de Asturias. En su discurso Felipe de Borbón había dicho que los premiados “no piensan igual, pero son capaces de convivir en la diferencia”, y reconoció “su capacidad de considerar su propia diversidad como una fuente de enriquecimiento colectivo”. Prudentes palabras que, al menos en Cataluña, cayeron en saco roto.

Hace diez años, como vemos, no se hablaba de independencia, ni de república catalana, ni de esteladas. Hoy es casi imposible encontrar otra cosa. ¿Cómo ha podido ocurrir?

Mi impresión es que estas derivas, allá y aquí, ocurren porque no se hace una adecuada valoración de riesgos. Por naturaleza declinamos enfrentarnos a las cuestiones que amenazan nuestro statu quo. Nos fastidian, y preferimos despacharlas rápidamente. “Bah, son cuatro gatos”, “Esto es cultura, y la cultura no entiende de política”, “a mí no me convence, pero los chavales disfrutan y no voy a ser el raro de la cuadrilla”, “Lo mejor es tener la fiesta en paz.” … Percibimos que existe algo que nos incomoda, pero nos cuesta tomar una posición individual clara y sostenida, sobre todo si nos enfrenta a nuestro entorno inmediato. Colectivamente, es decir, en manifestaciones y concentraciones, somos otra cosa, porque las masas proporcionan el componente protector del anonimato y eso que ahora se llama el “subidón” de participar en un acontecimiento.

Esta actitud, de la que todos ustedes conocen algún ejemplo, no es otra cosa que dejadez. Es la dejadez de muchos la que ha permitido al nacionalismo campar a sus anchas, reconduciendo a la ciudadanía al “camino correcto” del que hablaba Ortuzar, convirtiendo un riesgo aparentemente controlado, en un peligro cierto y creciente de ruptura. En esto, por cierto, no deja de tener su parte de culpa una forma de hacer política consistente en la repetición infatigable de una cháchara que al ciudadano ni le informa ni le inspira, sino que le anestesia y le llega a incapacitar para la reflexión, convirtiéndole, como mucho, en un sumiso repetidor de consignas que cada cuatro años es convocado a la “fiesta de la democracia”.

Con lo expuesto hasta ahora ¿Está Navarra inmersa en un proceso equiparable al catalán?
Cada sociedad tiene sus características peculiares, y Navarra no es Cataluña. Pero hay algo el caso navarro que invita a pensar que nuestro “cierto riesgo” se convertirá, andando el tiempo, en un riesgo cierto de anexión y secesión. De momento, es un asunto que nos tiene bastante ocupados a unos y otros, cosa que apenas hace diez años no ocurría en la hoy convulsa Cataluña. Instalémonos nosotros en la dejadez y en el “eso no es asunto mío”, y ya veremos cómo estamos dentro de diez años.

Para concluir es conveniente volver a escuchar al señor Ortuzar, que en su momento apostó abiertamente por “un nuevo Zazpiak Bat, un Zazpiak Bat del siglo XXI, con tres realidades institucionales cada una con su propio camino”. Tres caminos de los que Ortuzar dijo “Nuestro traba- jo será que se junten en el futuro”, cabe imaginar que en esa República Confederal de Euskal Herria de la que se viene hablando desde hace unos meses y que tanto gusta a Arnaldo Otegi. Ya saben, el hombre de paz. Como para estar tranquilos. Como para pensar que aquí no está pasando nada.

 

Alfredo Arizmendi Ubanell
es licenciado en Medicina y Odontología y miembro de Sociedad Civil Navarra

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