No hay respuestas sencillas

No hay respuestas sencillas

El Diccionario Filosófico de José Ferrater Mora define la “Navaja de Ockam” como un principio de pensamiento (de “economía de pensamiento”) tal que, entre dos posibles explicaciones de una realidad, proceso o fenómeno, obliga a elegir siempre aquella que se valga de una menor cantidad de conceptos o, en otros términos, hay que elegir la explicación más simple. Esto no implica que todos los fenómenos o procesos tengan soluciones o explicaciones sencillas, sino que es una invitación a no complicarse mas de lo necesario. En su formulación latina el principio reza “Entia non sunt multiplicanda praeter necesitatem” (Las entidades no deben aumentar más de lo necesario). Conviene añadir que las explicaciones tampoco deben simplificarse más allá de lo conveniente, es decir, no hay que ir tan lejos que la explicación acabe siendo una simpleza.

La simplificación degenerada en simpleza es quizá el más viejo de los vicios de la nueva política española. También de la vieja, que en esto son parecidos los recién llegados y los de rancio abolengo. Curiosamente, cuando se habla de los peligros que corre la democracia, o de los enemigos de la democracia, no se suele hablar de ello. Se habla de los populismos, de las “fake news”, sin reparar en que para que todo esto opere, es necesario haber modulado la mente del consumidor de política para que se sienta satisfecho con material de baja calidad. Es el mercado del “fast-food” ideológico, en el que el producto se monta como si fuera comida basura: en cadena y a buen precio, atractivo y de fácil masticación.

Las respuestas simples a problemas complejos tienen un poder adictivo terrorífico. Son rápidas, cerradas, estables, reconocibles, reproducibles y transmisibles. Responden bastante bien al concepto de “meme” acuñado por Richard Dawkins. Son capaces de cumplir el deseo de aquel rector de la catalana Universidad de Cervera, que deseaba alejar de sí “la funesta manía de pensar”. La manía de pensar es costosa en todos los términos concebibles. Lleva tiempo, exige tener voluntad de recabar información previa, es hasta cierto punto impopular (prueben ustedes a contraponer un argumento bien trabado al graznido del que más chifla en la cuadrilla, que suele ser el más gañán, y verán a que me refiero). Pensar, además, genera incertidumbres y, en general, le pone a uno en contra de la corriente dominante, eso que los enterados llaman el “mainstream”, y que viene a ser la tendencia lanar a ir todos juntos en rebaño.

Otra cuestión de interés es lo manejables que resultan estas respuestas. No se puede comparar, por ejemplo, la comodidad de decir “España nos roba” y con eso dar por resuelta la cuestión catalana, a la incomodidad de leerse o manejar informaciones detalladas sobre cuestiones económicas y financieras para las que la mayoría no estamos capacitados (cabe aquí invocar la capital importancia de un periodismo de calidad). Todavía recuerdo con vergüenza haber oído a algún energúmeno despacharse durante los años de plomo a la voz de “todos los vascos son etarras”, burrada que solía ir indefectiblemente seguida de un pretencioso “yo eso lo arreglaba en dos días”.

Lo manejable y atractivo de estas respuestas ha encontrado su complemento ideal en los nuevos métodos de difusión de la información, predominantemente aquellos que favorecen la viralidad, es decir, la transmisión a escala geométrica, con las redes sociales a la cabeza. No es cuestión de acabar como menonitas de la estricta observancia, leyendo solo la Biblia y deambulando en carruaje, pero sí de ser conscientes de que la involución argumental y la revolución tecnológica se retroalimentan mutuamente. Juntas, tienen poder suficiente para acabar con la democracia. Ya lo han hecho en otras tesituras históricas, y yo personalmente no soy de los que cree que Europa esté inmunizada frente a tiranías o guerras.

En este contexto, resuenan como plenamente actuales las palabras del alegato final de Albert Speer en Nuremberg: “La pesadilla de muchos de que un día las naciones podrían ser dominadas por medios técnicos se hizo realidad en el régimen totalitario de Hitler. Hoy día, el peligro de ser aterrorizados por la tecnocracia amenaza a todos los países del mundo. Por lo tanto, cuanto más tecnológico se vuelve el mundo, más necesaria es la promoción de la libertad individual y la conciencia individual de uno mismo como un contrapeso”.

Speer, que había sido Ministro de Armamento del tercer Reich, sabía perfectamente de qué estaba hablando.

Alfredo Arizmendi Ubanell Licenciado en Medicina y Odontología

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