Teobaldo IV de Champaña y I de Navarra inauguró en 1234 la nueva dinastía con el apoyo de distintos sectores de la nobleza y del clero que eligieron la legitimidad familiar como fórmula para resolver el problema sucesorio planteado a la muerte del rey Sancho el Fuerte, tío de Teobaldo.
La nueva dinastía de Champagne fue portadora de usos, costumbres y modos de gobierno y control del territorio ajenos al reino de Navarra. Las antiguas tenencias que hasta el siglo XIII habían sido aquellos distritos nacidos en torno a una fortificación fueron adaptándose poco a poco a los usos de Champaña. Así surgieron los llamados merinos a cargo de unos territorios todavía poco precisos llamados merindades y cuyas funciones eran mayores que las que antes tenían los tenentes: los merinos eran delegados de la autoridad real y administraban el patrimonio regio y todos los derechos señoriales.
A comienzos del siglo XIV, las merindades se consolidaron definitivamente como demarcaciones territoriales o circunscripciones administrativas pensadas para articular el control del territorio del reino. Las merindades tradicionales fueron cuatro -La Ribera, Las Montañas -o merindad de Pamplona-, Sangüesa y Estella. A estas cuatro Carlos III añadió la merindad de Olite en 1407. Todas tenían un núcleo de población importante que aglutinaba la actividad económica, comercial y administrativa.
Las merindades navarras tenían otras circunscripciones menores, como bailías, almiradíos y valles. Los merinos se encargaban de los asuntos de la administración, tributos y orden público y tenían unos delegados -los sozmerinos o sub-merinos- que cobraban las multas y actuaban en asuntos de orden público.