Desde hace tiempo lo participativo compite con lo solidario cuando se trata de evitar escrutinios. Pruebe el lector a someter a juicio cualquier acción que se precie de participativa, y verá cómo parte de la concurrencia arquea las cejas y tuerce el gesto. Es cierto: lo participativo está de moda, y cuando una decisión se toma al margen de la zarabanda participativa, parece que es menos legítima, justa o acertada.
Lo participativo parece moderno, fresco y democrático; implica a todos en la toma de decisiones, las ajusta a las necesidades ciudadanas y es transversal e igualitario. Lo no participativo parece antiguo, jerárquico, encorsetado, antidemocrático, y propio de la castuza política tradicional y de sus elitistas expertos. Así nos han contado la historia. Creo que conviene, sin embargo, poner esta visión en entredicho y tratar de dar la vuelta al argumento, mostrando como el actual concepto de lo participativo no es como nos lo pintan, y que hay un largo camino de mejoras por delante.
Lo primero que hay que destacar es el mínimo interés que, de momento, despiertan estos procesos. A pesar de la publicidad que se les da, el número de participantes suele ser muy bajo. En la selección del lanzador del Chupinazo de 2016, por ejemplo, votaron menos de diez mil personas. Para el Chupinazo de 2017 se han propuesto apenas cuatro candidaturas, aunque cada una de las más de sesenta entidades representadas en la mesa de San Fermín podía proponer la suya. Que sólo una de cada quince entidades se avenga a tomar parte en la fase inicial del procedimiento deja claro el desinterés y desafección que provoca. Hay más casos: los últimos presupuestos participativos de Manuela Carmena, en Madrid, lograron movilizar al 1.68% de los convocados. Y eso que se decidía el destino de cien millones de euros…
En segundo lugar, importa destacar el sesgo cualitativo de selección (más bien de autoexclusión) a la hora de participar. La mayoría de los ciudadanos, aunque tengan una opinión o se vean afectados, se excluyen de los procesos, quedando éstos francos para que la decisión la tome una exigua minoría. Hay colectivos muy acostumbrados a este tipo de dinámicas, que les resultan connaturales: estos acaban tomando las decisiones. Otros sectores de población, por motivos como edad, ideología, grado de conexión tecnológica o incluso la simple pereza somos menos proclives a intervenir, aunque nos quejamos si los resultados no son de nuestro gusto.
Aquí viene el mea culpa: personalmente quién tire el Chupinazo no me ha importado lo más mínimo. De hecho, me parecía perfecto que lo lanzara un concejal por turno rotatorio; era un pequeño reconocimiento a su trabajo (el de todos los concejales) durante el año, y fuera del partido que fuera, obraba -se supone- en representación de todos los pamploneses.
Privados los ediles del Chupinazo, y sumidos todos en la ruleta participativa, me ha empezado a importar (como a muchos otros) que prendan el cohete ciertas entidades de representatividad dudosa. A ver si va a resultar que un mérito para inaugurar las fiestas es “seguir (…) poniendo topes a la opresión que sufre la ciudadanía de Euskal Herria en el ámbito ideológico, político y económico”. No se sorprendan, porque tal es el pedigrí de Bilgune Feminista, candidata propuesta por la Federación de Peñas. Como reacción a semejante pestiño, no es de extrañar que algunos de los que permanecíamos indiferentes a las virtudes de la participación estemos cogiéndole gusto al asunto.
Porque lo cierto es que muchas decisiones de las que configuran nuestro paisaje se toman mediante estos procedimientos. Y es posible que, si seguimos dando la espalda a esta realidad, este paisaje acabe pareciéndose muy poco a lo que nos gustaría que fuera, y mucho a lo hayamos dejado que otros hagan de él. Empieza a ser una cuestión de responsabilidad mantenerse informado de lo que atañe a la ciudad, a nuestros barrios, a las infraestructuras, a los espacios festivos y dotacionales, también lo es estar al tanto de los asuntos concretos en los que podemos influir, máxime cuando se nos propone hacerlo mediante procesos abiertos. Empieza a ser cuestión de responsabilidad organizarse e intervenir, aprendiendo de quienes llevan muchos años haciéndolo. Quizá así se consigan unos procesos verdadera y equitativamente participativos, sin los sesgos y los defectos que he tratado de bosquejar en estas reflexiones a vuelapluma.
Alfredo Arizmendi Ubanell es Licenciado en Medicina y Odontología Miembro de Sociedad Civil Navarra