Populismo: la Ilustración dormida

Populismo: la Ilustración dormida

Dada la frecuencia con la que aparece en medios y conversaciones, cualquier día oiremos a un niño preguntar ““Papa… ¿Qué es el populismo?”. Parece sencillo: es lo que hacen Marine Le Pen -para unos-, Pablo Iglesias -para otros-, o Donald Trump -curiosamente para casi todos-. Hay gente a la que hasta lo que hace el Papa Francisco les parece populismo. Personajes tildados de populistas hay muchos y diversos, pero definir el populismo es como definir la luz. Todos creemos saber de qué estamos hablando, pero resulta casi imposible explicar de manera exacta y clara el significado de la palabra. Hay quien piensa que el populismo no existe. El historiador argentino Ezequiel Adamovsky lo ve como un término confuso en el que “conviven neonazis, keynesianos, caudillos latinoamericanos, socialistas, charlatanes, anticapitalistas, corruptos, nacionalistas y cualquier otra cosa sospechosa “. Se bautiza como populismo (y se considera amenaza para la propia democracia) todo lo que no es democracia liberal.

Aunque falaz, el planteamiento de Adamovsky es sugerente. Visto el desparpajo con el que aplicamos la etiqueta, parece que evitamos hacer examen previo; como si nos diera miedo encontrar, bajo esos populismos que nos inquietan, algo de valor. Ya dijo Cervantes que “no hay libro tan malo que no contenga algo bueno”, aunqueloqueselle- vaahoraesdesechar el libro conforme se ve el título… o el autor.”

La heterogeneidad ideológica de los populistas invitaría a pensar que no comparten más que el rechazo por parte de los demócratas liberales. Sin embargo, creo que sí existe algo concreto que separa la manera de hacer populista de la que debería ser la manera de hacer en una democracia liberal.

La democracia liberal que conocemos es hija de la Ilustración. No hay democracia liberal sin ciudadanos, y el concepto de ciudadanía procede de la ruptura conceptual Ilustrada. Por eso nos resulta inexplicable que los Estados Unidos de América (la primera república moderna, contemporánea de la Ilustración), le hayan dado la espalda a dicha herencia. Pero, aunque el caso estadounidense resulta más flagrante, este dar la espalda a los valores ilustrados es un mal epidémico en Occidente. Los ilustrados consideraron la Razón como una fuerza capaz de entender y modificar el mundo. Frente a la propuesta racionalista, hoy se rinde un culto casi religioso a lo emocional. Ya no queremos comprender: nos basta con empatizar. No necesitamos construir una crítica; nos basta con desarrollar una gestualidad del rechazo, una sucesión de teatrillos simbólicos que evidencien desagrado o indignación. No pretendemos establecer un dialogo, sino entonar salmodias. No afrontamos el reto de trabar argumentos y discutirlos; preferimos manifestarnos con los nuestros o contra los otros, a ver quién hace más bulto o más ruido. ¿Por qué tendríamos que “pensar sobre algo” cuando “yendo a una concentración contra algo” nos administramos la dosis adecuada de compromiso y encima quedamos bien porque todo el vecindario nos ve tras la pancarta?

La pretensión de gestionar el debate público mediante instrumentos racionales y lógicos es recibida, casi siempre, con abucheos y acusaciones de elitismo. El pueblo o siente o se emociona, y quien pretenda que razone se convierte en sospechoso. En este ambiente ha medrado el populismo. El miedo, la frustración, el resentimiento, el odio… son emociones que se han colado por la puerta cuando creíamos franquear el paso sólo a la solidaridad, la empatía y la positividad. Sin un cierto grado de reflexión que la module, ninguna emoción es del todo sana, y el individuo es carne de propaganda. Perdidas la costumbre de dudar y la práctica de un cierto escepticismo, este individuo desconcertado e hiperestésico se entrega a los heraldos de calamidades o de remedios milagrosos. Por eso el primer interés del populista es hacer tabla rasa del pasado; porque su mayor enemigo es la existencia de un tiempo en que al ciudadano se le tenía el respeto que se debe a un ser pensante.

Comenzábamos estas reflexiones para dar con una respuesta: ¿qué es el populismo? A tenor de lo expuesto, creo que mi respuesta seria “es la conducta de quien, para gobernar o influir sobre una colectividad, exalta a los individuos apelando a su parte no racional; a lo más oscuro y manipulable de su personalidad; a emociones y pasiones dañinas e incontrolables.” El populismo es, en definitiva, otro de aquellos goyescos monstruos que produce el sueño de la Razón. Sueño del que, por cierto, se despierta siempre, con mayor o menor resaca.

 

Alfredo Arizmendi Ubanell
es médico y miembro de Sociedad Civil Navarra

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