¿Qué dignidad? ¿Qué pueblo?

¿Qué dignidad? ¿Qué pueblo?

El 1 de octubre la presidenta del Gobierno de Navarra apareció en Twitter (tras más de dos años de ausencia) con el siguiente recado: “Difícil imaginar mayor dignidad que la del pueblo catalán y difícil -penosamente difícil-, mayor despropósito que esta respuesta policial”. Se refería, por una parte, a la afluencia de catalanes a los puntos de votación, y por la otra a la presencia y actuación de Guardia Civil y Policía Nacional durante la jornada.

¿Existen de verdad esos obstáculos con los que topa la presidenta para imaginar una dignidad mayor o distinta? Intentaré demostrar que no, y que si le resulta tan complicado es, simplemente, porque quizá enfoca la cuestión con más prejuicio que justicia. Confieso que el asunto me preocupa en la medida en que anticipa lo que podría ocurrir en Navarra en los próximos años.

Últimamente se habla de la “dignidad del pueblo” como si fuera algo dotado de una existencia propia, independiente de la dignidad de los individuos que componen dicho pueblo. Supongo que estaremos de acuerdo en que no hay pueblo digno sin ciudadanos dignos, y que no hay, bajo ningún criterio, ciudadanos más dignos que otros. Convendremos también en que la dignidad se define como la cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni degraden. Bajo estas premisas lanzo las preguntas que dan título a este artículo, ¿De qué pueblo y de qué dignidad estamos hablando? ¿Es verdad que meter unas papeletas en unas urnas ha hecho digno al pueblo catalán?

Para empezar, creo evidente que la votación no era tanto “sobre” una realidad política, sino “para” sancionar una determinada visión de dicha realidad. La diferencia no es siquiera sutil, y me extraña que la presidenta de pase por encima de ella… salvo por interés.
Los ciudadanos de Cataluña (que, recordémoslo, no han sido convocados legalmente) no han podido concurrir a esta consulta en igualdad de condiciones. Tampoco lo hubieran hecho si la consulta hubiera sido legal. Habrá quien argumente que el no independentista era libre para votar “no”. Puede ser cierto, pero habría que ver si era libre de decir que iba a votar “no”, o de hacer campaña por el “no”, o si era libre de decir que no votaba porque la consulta era ilegal y porque no estaba dispuesto a legitimar una ilegalidad con su voto. De libertad en Cataluña se puede hablar largo y tendido; también de la falta de libertad para expresar tesis opuestas a la doctrina oficial. Como vemos, hay terreno para “imaginar una mayor dignidad”, sobre todo si se está por la labor.

En la jornada del 1 de octubre y en los días sucesivos se han sabido cosas que profundizan, si cabe, el desfase entre lo que hipócritamente se llama “la dignidad de un pueblo” y lo que algunos ilusos consideramos una conducta recta y digna. No cabe sorprenderse. Cosas similares llevan ocurriendo años en Cataluña, y décadas en el País Vasco y Navarra.

En un repaso nada exhaustivo nos encontramos episodios de acoso a periodistas, de insultos a hijos de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, de asedio a sedes de partidos constitucionalistas, de presiones a empresarios hoteleros para no alojar a miembros de Guardia Civil y Policía Nacional. Hemos visto a las fuerzas del orden autonómicas incumplir las ordenes de un juez. Hemos visto episodios infamantes en los que se atribuye a la “violencia policial” lo que no eran más que unas lesiones fortuitas por caída, o se convertía la inflamación de una articulación en la rotura de diez dedos. Hemos visto a la alcaldesa de Barcelona acusar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de cometer agresiones sexuales. Hemos visto piquetes obligar a cerrar a comerciantes, para dar esa sensación de unanimidad de la que hablábamos en otra ocasión. Hemos visto el miedo de funcionarios que sólo pretenden cumplir la ley. Hemos visto de todo… y lo que nos queda. Y encima hay que oír que eso, todo eso, es “la dignidad de un pueblo”.

No. Eso no es dignidad, por más almibarado que nos lo sirva a presidenta de Navarra. Dignidad es la actitud de quienes llevan años y años sufriendo el acoso y la presión nacionalista e independentista sin cejar en sus convicciones cívicas y exquisitamente democráticas. Esos son tan pueblo como los cualquiera, y además pueblo verdaderamente digno.

Esto vale en Cataluña y, conviene no olvidarlo, en Navarra.

Alfredo Arizmendi Ubanell es licenciado en Medicina y Odontología y miembro de Sociedad Civil Navarra

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