¿Cómo robó el nazismo la Navidad a los alemanes?

¿Cómo robó el nazismo la Navidad a los alemanes?

Hitler odiaba la Navidad pero no podía prohibirla, así que utilizó los rituales paganos reinventados de las óperas wagnerianas y recuperó un simulacro de las festividades paganas. Gran conocedor de los resortes de la retórica y del valor de la palabras, Hitler primero destruyó la Navidad lingüísticamente.

La Weihnatch -“la Noche santa”- se cambió por otras dos denominaciones: Julfest -“Fiesta de Jule”- y Rauchnacht -“la Noche dura”-, que conectaban la festividad cristiana tan detestada por Hitler con la singular mitología nórdica-solar nazi. Los abetos no tenían una estrella en su copa. En su lugar, se colocaba una svástika o cruces solares germánicas. Los nuevos villancicos hablaban del hogar, de las nieves, pero no de Jesús.

Las Juventudes Hitlerianas bajaban las montañas esquiando con antorchas como ritual del solsticio de invierno y luego realizaban juramentos delante de las hogueras.

Papá Noel fue transformado en un avatar de Odín de color verde que traía juguetes bélicos a los niños. Himmler tuvo su “personal” espíritu navideño y regalaba Julleuchter -lámparas de Jule- a sus oficiales, fabricadas por los prisioneros de Dachau. Vaciada la Navidad de significado, la vida privada, en apariencia apacible, fue contaminada con el virus nazi. Los niños se saludaban con el brazo en alto gritando Heil Hitler! en el colegio, en los parques, en todas partes.

A través de la estética del ritual y de la reinvención de la tradición (Odín, las walkirias, Sigfrido, Lohengrin, Parzival), el pueblo alemán se renacionalizó, alcanzó la conciencia de unidad y, sin lucha de clases, llegó a ser una unidad cultural y racial de cartón piedra. El factor de amalgama del nacionalismo era sentimental y la sintaxis fascista se materializó en los rituales nazis: en las banderas, en los uniformes y en los desfiles con antorchas de los jóvenes camisas pardas.

La estética nazi fascinaba a las capas más desfavorecidas de la postguerra (inmigrantes campesinos, padres de familia sin trabajo, jóvenes sin esperanza de futuro) ya que les hacía sentirse parte del sistema y, por tanto, necesarios y operativos.

La alta burguesía sentía lo mismo pero por otra razón: los nazis les harían el trabajo sucio de librarse de los comunistas que amenazaban la propiedad. La clase media se sintió dentro de un proyecto común que la guerra les devolvía y, aunque no comprendían cómo desarrollarían los nazis la economía o la política, les bastaba sólo el ritual y la estética para rendirse a nivel emocional y no cuestionar el nazismo.

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