“Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Con este epitafio de la tradición popular cerraba ayer Jose María Romera su columna dominical en Diario de Navarra, dedicada a la amarga muerte de Rita Barberá y el terremoto mediático que ha sacudido estos días a la tribu política.
La imagen de las sillas vacías de los escaños de Unidos Podemos durante el minuto de silencio dibuja el lado más irreverente de la formación morada. Los podemitas se superan, cada día, en ese ejercicio iconoclasta y demagogo que muchos adeptos entusiastas desarrollan luego a través de las redes sociales. Ser el más macarra de la clase siempre vende y Pablo Iglesias representa, de modo impecable, su papel de “enfant terrible” y provocador de la política española. Lo importante es no dejar indiferente a nadie y que hablen de uno. Esa es la frase de cabecera de Iglesias.
Lástima que Iglesias & friends no perciban que la frontera entre la irreverencia y la mala educación es muy delgada. La formación morada viven en mundo cainita y de odio donde el adversario político es el enemigo a abatir. Al enemigo, vivo o muerto, ni agua.
Otra cosa son los colegas de ideología. A golpe de tuit, Iglesias señalaba que el desaparecido Fidel Castro era un referente para la dignidad de Latinoamérica. Ni una sola palabra de Pablo Iglesias sobre la democracia o los derechos humanos en Cuba. O sobre el encarcelamiento de homosexuales y activistas políticos anticastristas en la isla. O sobre la corrupción del aparato castrista.
¿Habrán guardado los representantes podemitas un minuto de silencio en la intimidad? Como una broma del destino, el dictador Fidel Castro murió el día del Black Friday. Amén.