En los últimos meses son numerosas las personas con las que he intercambiado impresiones sobre la situación de nuestra comunidad. Me sorprendido comprobar que lo que más les preocupaba no era la situación estrictamente política. Es cierto que algunos hechos les resultaban enojosos, molestos o incluso indignantes. La poquedad de muchos de nuestros electos, el sectarismo de algunas de sus decisiones, la vacuidad de ciertas iniciativas… todo ello aparecía en la conversación a modo de chaparrones. Pero lo que generaba verdadera inquietud, lo que nublaba de verdad el panorama, era la percepción de una creciente división en la sociedad navarra. Una sensación de estar transitando caminos divergentes, con un riesgo real de no poder hallar una vía común. Quizá incluso, en palabras de Ortega, sin posibilidad de “conllevarse”. En resumidas cuentas, una falla civil, de la cual la esfera política sería un factor multiplicador, al tiempo que síntoma y consecuencia. Un peligrosísimo circulo vicioso.
El final del siglo XX vio derrumbarse el muro de Berlín. Estos lustros iniciales del siglo XXI están viendo la caída de múltiples, sutiles, invisibles telones de acero que están rompiendo nuestras sociedades en bloques de conciliación cada vez más difícil. Nuestra Navarra, la de todos, no es ajena a este lamentable proceso. Pero que éste sea mal de muchos no quita para que lo abordemos, lo analicemos e intentemos comprender el por qué y avanzar algún remedio. No caigamos, en materia tan sensible, en el consuelo de los tontos. Tampoco nos dejemos colar como argumentos lo que no son más que tópicos mil veces repetidos, y por eso mismo vacíos de sentido.
Navarra es tierra de diversidad. Cierto. La diversidad enriquece. Cierto también. Todo ello es cierto mientras la diversidad sea integradora. Y me temo que en Navarra esta diversidad se ha convertido en la aleación con la que se ha forjado el telón que nos divide y nos empobrece. Un telón que parte en dos una comunidad ya de por sí pequeña, y que nos convierte en dos grupos diminutos, metidos en un rincón del gran teatro del mundo, mirándonos de reojo los unos a los otros, cada cual detrás de una bandera, con mucho resentimiento en los corazones y cada vez menos reflexión en las cabezas. Un telón que nos aminora, que ni aporta futuro a los jóvenes, ni seguridad a los mayores. Que consume tiempo, recursos y energías, y que en un contexto internacional de competencia creciente puede condenarnos a la irrelevancia. Una construcción, en definitiva, que hemos puesto ahí entre todos, y que entre todos tendremos que comenzar a derribar.
Intuyo que a estas alturas del texto algún sobresaltado lector se estará mesando los cabellos. “¿Cómo que entre todos?”, se estará preguntando. “Son los del otro lado del telón los que han hecho todo lo posible por cargarse Navarra”. Den por seguro que, al otro lado del telón, otro hipotético lector estará diciendo exactamente lo mismo, pero en sentido contrario. Este es el núcleo de nuestro mal. La incapacidad de reconocer la parte de responsabilidad de cada cual, así como la parte de razón que pueda tener quien, para bien y para mal, es nuestro conciudadano, y tan navarro como podamos serlo todos. El mal de nuestras sociedades es el maniqueísmo que nos lleva a pensar que, además de estar divididos en buenos y malos, los buenos son siempre los míos, y los malos los demás. El salto conceptual necesario para librarnos de este mal es gigantesco, y este salto no se aviene bien con las dinámicas partidarias que dictan que “a más jaleo, más provecho”. Mi convicción más profunda es, sin embargo, que el mayor favor que se le puede hacer a la sociedad es exigirle de una vez que se comporte como tal sociedad, y no como una confrontación de intereses creados.
En su obra más reciente (“Insumisos”), Tzvetan Todorov dedica un sobrecogedor capitulo a Nelson Mandela. Nadie dudará, creo, de la capacidad del líder sudafricano para ensamblar una sociedad dividida hasta los cimientos. En dicho capítulo hay una frase que puede servir para cerrar este articulo y abrir una posible vía de ensamblaje para la sociedad navarra: “Hay hombres y mujeres de buena voluntad en todas las comunidades, algo bueno en todo individuo”.
Quizá solo sea cuestión de levantar, todos y cada uno, la vista de nuestro ombligo y empezar a buscar lo que todos tenemos de bueno. Quizá sea cuestión de dejar el liderazgo en manos de quienes sepan infundir el valor necesario para dar ese salto, tan gigantesco como necesario.
Alfredo Arizmendi
Médico y miembro de Sociedad Civil Navarra